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manuEl VázquEz Portal<br />
160<br />
Primero de noviembre. Ya estoy vestido. Ropa de civil, que me trajo<br />
Yolanda. En Aguadores no volví a usar el uniforme gris que tanto me empa-<br />
rentaba con Yenima. Bañadito, perfumado, los zapatos lustrosos, la cabeza<br />
menos rapada. Diez de la mañana. Viene el guardián a buscarme. Nada de<br />
esposas. Nada de requisa personal. Tomo mi toalla, mi jabón, mis chancletas,<br />
mi cubo plástico – los otros presos me habían informado que en el pabellón<br />
de licencias conyugales no hay agua corriente-, mis pomos plásticos con agua<br />
potable –la potabilizo yo con unas gotas de un líquido purificador mexicano,<br />
que me trajo Yolanda- y salgo con mi guardián. En el camino el hombre me<br />
cuenta que había sido escolta de Agostinho Neto, el ex presidente de Angola.<br />
Está bien. Pasa como africano. Achaparrado, regordete, labios gruesos, nariz<br />
grande y achatada. En la garita de la puerta principal, la barrera de acero,<br />
requisan mis objetos. ¿Qué raros? El pabellón de licencias conyugales está<br />
ubicado dentro del área del penal, justo detrás de la enfermería, que no fun-<br />
ciona como enfermería <strong>sin</strong>o como recámara carcelaria del “pepe” famoso.<br />
¿Por qué me conducen entonces hacia el área exterior donde están las barracas<br />
de la dirección? ¡Ah, ahí me espera mi beatífico Ramiro! Hoy sí se llevará<br />
las roscas de la bondad. Risueño, exultado. Diríase que es él quien gozará de<br />
tres delirantes horas de ejercicios de alcoba. Pero hay otro con él. Durán se<br />
apellida. Hay un ramo de flores y una guitarra sobre una litera en la oficina<br />
donde me reciben. Ramiro me pide le permita tener la delicadeza de rega-<br />
larle las flores a Yolanda, por su cumpleaños, y que Durán nos agasaje con<br />
unas canciones “que se pasó ensayado toda la noche anterior”. Acepto. Las<br />
flores que se cortan para una mujer son de ella, aunque las envíe el diablo;<br />
¿las canciones? ¡Adelante! Mandan traer a Yolanda. La beso. La felicito. Le<br />
hago un chiste para que entre en el juego del cinismo propuesto por nuestros<br />
benefactores. “Yo no sabía que la coronela estaba tan cerca de mí”. Ramiro<br />
se irrita. Transpira copiosamente. Se nota su borotosis. Pretende corregir la<br />
intención de mi broma. “Si yo no soy el coronel, debe ser ella. Ustedes no son<br />
ni tan delicados ni tan bien intencionados” Aumenta su irritación. Aumenta<br />
su borotosis. Está fuera de centro. Se lo restriego en el rostro. Le digo que<br />
un buen agente debe ser impasible. Yo sé que lo que le preocupa no es mi<br />
reacción <strong>sin</strong>o el informe que rendirá a los superiores, más tarde, el oficial que<br />
lo acompaña.