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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
Al otro día me burlé yo de Kindelán. Él mismo tuvo que traerme la dieta.<br />
Empecé a compartirla con Villarreal. Dividía los alimentos a la mitad. Tenía<br />
la intención de que los guardianes informaran a sus superiores lo que yo hacía.<br />
Así fue. Mi plan funcionó. Me llamaron para reprobar mi actitud. Y fue que<br />
aproveché para argumentar que Villarreal también padecía de la presión arterial<br />
y que debían otorgarle la misma dieta que a mí, y que seguiría compartiendo la<br />
mía con él hasta que se la brindaran a él también. Plan perfecto. Le concedieron<br />
la dieta a Villarreal. Pero la alegría en casa del pobre dura poco.<br />
Gabriel Felimón, un preso común llevaba más de veinte días en huelga<br />
de hambre. Lo habían traído desde su destacamento hasta Boniatico. Nadie<br />
lo atendía. Parecía que lo dejarían morir. Recordé a Vladimir cuando me<br />
afirmara que no me dejarían morir. ¡Claro! Mi muerte sería un escándalo. La<br />
de Gabriel Felimón quedaría en el más oscuro de los anonimatos. El Gordo<br />
Quintero, un excluible de los devueltos por el gobierno de los Estados Unidos,<br />
iba a preparar una protesta a favor de Felimón y pidió nuestro apoyo. Huma-<br />
namente no podíamos negarnos, hubiera sido ser cómplices de un crimen. Se<br />
armó la candanga. Las planchas de acero que cubrían las puertas de las celdas<br />
de Boniatico cantaron aquella noche más alto que Pavarotti, Plácido Domingo<br />
y José Carreras juntos. El escándalo se oyó en todo el penal. Vino el Capitán<br />
Armando. Traía un pelotón de guardianes, tonfa en mano, dispuestos a aporrear<br />
a quien fuera. Comenzaron a sacar esposados a los iniciadores. El ambiente<br />
de violencia crecía. En medio de la grita de los presos pude hacerme escuchar<br />
por Armando. Vino a mi celda con cara de pocos amigos. Entre Villarreal y yo<br />
le explicamos los motivos de la insubordinación. Y que en vez de la violencia<br />
usaran la cabeza, que el asunto se resolvería dándole atención médica a Felimón.<br />
Asunto concluido. Eso creía yo.<br />
Trasladaron a Felimón hacía el hospital. Iba suspendido entre dos guardia-<br />
nes, la cabeza colgante, el rostro demacrado, las piernas a rastras. Se calmó<br />
Boniatico. Dormí. Al otro día lo devolvieron a las celdas. Le habían aplicado<br />
un suero de sacarosa para reanimarlo, y hasta ahí el cuento. No le escucharon<br />
sus demandas. Continuó la huelga Felimón. Lo acusaron de que se estaba ali-<br />
mentando subrepticiamente y el hombre se cosió los labios con un cordel de<br />
nylon extraído de unos de los sacos blancos que usamos para guardar nuestras<br />
pertenencias. De nuevo el barullo. Esta vez apareció el capitan Vázquez. Oscuro<br />
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