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manuEl VázquEz Portal<br />
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Gabriel anda todavía con su corsé de hierro y correas. Hasta ahora la<br />
intervención quirúrgica ha sido un éxito. Cicatrizó magníficamente.<br />
Ha ganado en flexibilidad y confianza en sus piernas. Ha vuelto a<br />
montar bicicleta. Lo noto más alto, más reposado en el carácter, más varonil. Se<br />
acaballa sobre uno de mis muslos y acapara mi atención. Ávido de respuestas<br />
me acribilla a preguntas. Quiere saberlo todo de un tirón. Me pide todos los<br />
<strong>permiso</strong>s posibles ante las prohibiciones que, por precaución, le ha indicado<br />
la neurocirujana, y su madre le exige. Pretende escudarse en mí para lograr<br />
sus propósitos de audacia. Su confianza en mí lo conduce a creer que accederé<br />
ante sus pretensiones de apoyo para el consentimiento de ejercicios físicos<br />
que desea emprender. Razono con él hasta que lo convenzo de que su doctora<br />
es quien traza la estrategia a seguir para su total recuperación. Refunfuña al<br />
principio. Luego acepta que sus limitaciones serán temporales y que no debe<br />
apurarse. Me permite, al fin, departir con los demás visitantes. Pero no se baja<br />
de mi muslo. A horcajadas sobre mi pierna es un jinete tierno que me soba la<br />
espalda, me acaricia el rostro.<br />
Vino Yolanda y mi hermana Xiomara, y mi hermana Dulce María, y mi<br />
sobrino Yordy. Mi hermana Dulce me cuenta de Morón. Mi hermana Xiomara<br />
me cuenta de la Habana. Yolanda me cuenta del mundo. Qué poco tiempo son<br />
dos horas cuando hay tanto de que hablar.<br />
No ha habido problemas con la jaba. Ni una aspirina ha sido sustraída. El<br />
capitán Reyes ha estado durante toda la visita, pero <strong>sin</strong> importunarnos con su<br />
presencia. Un pequeño salón con banquetas de teatro nos acoge. Podemos con-<br />
versar desprejuciadamente mientras el oficial Oney cabecea y ronca mientras<br />
nos vigila a cierta distancia.<br />
El Tigre ha mandado que dos presos carguen mis bultos hasta mi celda.<br />
Uno de los presos se asombra. “Esto sí es una jaba”, exclama. Las jabas de<br />
la mayoría de los presos comunes son muy pobres. La crisis económica del<br />
país no permite a sus familiares apertrecharlas mejor. Azúcar parda, galletas,<br />
escasos paquetes de cigarrillos y quizás un par de jabones de los que venden<br />
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