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manuEl VázquEz Portal<br />
previsto se efectuaría mi encuentro con los familiares; en fin, Belcebú contra los<br />
corderitos. Arrate no aprendía. Me obligó otra vez a la huelga de hambre. Por<br />
supuesto, después aparecería el arcangélico Ramiro a defacer entuertos. Eran<br />
las reglas del juego. Yo representaría otra vez mi papel de héroe suicida, que<br />
tanto gusta a la conciencia nacional cubana desde antes de que Martí se suicidara<br />
en Dos Ríos, Arrate haría el papel de verdugo y Ramiro el de perdonavidas, y<br />
todo en paz con Dios y con el diablo, total, lo único que se desconflautaba era<br />
mi salud. Y así lo contó Yolanda:<br />
1 6<br />
Llegamos a Boniato con el corazón contento. Apenas el reloj marcaba<br />
las nueve de la mañana y no nos hicieron esperar mucho en la antesala del<br />
establecimiento penitenciario, en menos de una hora nos estaban llamando<br />
para entrar a la cárcel.<br />
Ya habíamos olvidado las dificultades que sufrimos para conseguir los<br />
pasajes y para trasladarnos en tren en un viaje de 14 horas, yo sentada<br />
en una silla de ruedas debido a una fractura que me produjo en la pierna<br />
un pequeño accidente. Íbamos Gabriel, el niño de Manuel y mío; Manolo,<br />
hijo de Manuel; Xiomara, su hermana, que me sirve bondadosamente de<br />
enfermera, y yo.<br />
Tampoco recordábamos el cansancio del peregrinaje por las tiendas<br />
de La Habana, buscando productos que se conservaran <strong>sin</strong> refrigeración<br />
por largo tiempo y que, además, fueran lo más nutritivos posible para<br />
que nuestro Manuel pudiera sobrevivir en ese cementerio de cadáveres<br />
vivientes, como él mismo la definió, que es la prisión de Boniato.<br />
Vino a buscarnos un guardia, como siempre, y comenzamos la ascensión<br />
de la loma del penal. A mí por estar en silla de ruedas y a Manolo que la<br />
empujaba nos dejaron pasar por la entrada de los trabajadores del cen-<br />
tro penitenciario, ya que la silla es más ancha que la acera pavimentada<br />
de lajas y enrejada con cerca peerless que se emplea para conducir a los<br />
familiares de los presos.<br />
A la requisa de la jaba yo no pude entrar, pues era tan angosto el pasillo<br />
que conducía al lugar designado para realizar ésta que mi silla de ruedas<br />
no pasaba, y tuve que quedarme esperando en la parte exterior, mientras<br />
mi cuñada y mi hijastro sometían nuestros bastimentos al minucioso es-<br />
crutinio de los carceleros.