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Escrito sin permiso - Cadal

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manuEl VázquEz Portal<br />

42<br />

“Los espejuelos. No veo. Sin leer no voy a firmar.”<br />

“No hay problemas”. Se recuesta en la silla giratoria. Presiona un timbre<br />

oculto entre las gavetas del buró. Se abre la puerta. Aparece el guardián. Es<br />

un rubito con jeta de bull dog, uno de los que me trajo desde la celda. Da la<br />

orden de que me traigan los espejuelos. Los cigarrillos me los había dado de<br />

un paquete que traía en el bolsillo de la camisa. Solo cinco cigarrillos. Sale el<br />

bull dog.<br />

“Tu esposa es joven”. Me dice. Comprendo por dónde viene. Es un tarado.<br />

Cree que todas las mujeres traicionan a los hombres cuando caen presos. Él, y<br />

los otros van a tener tiempo para conocer a Yolanda. Voy a hacerle un chiste:<br />

“Cuando se ponga vieja, la cambio”, recuerdo a Pablo Picasso. Reflexiono. No.<br />

No se lo merece. Y a lo mejor pierdo mí tiempo porque no conozca de Picasso<br />

más que alguno de sus cuadros famosos. Le respondo que sí, que es joven. A<br />

renglón seguido le pregunto si ya comenzó la guerra en Irak. Me responde que<br />

sí. Le dije que es un buen momento para arrestarnos. Se sulfura:<br />

“¡Para la revolución cualquier momento es bueno!”<br />

Lo tengo. Ya es mío. De ahora en adelante voy a hacer con él lo que me dé<br />

la gana. Digo, si sus superiores cometen la torpeza de dejármelo para nuevos<br />

interrogatorios. Le hallé fácil el lado flaco. Frente a obviedades responde con<br />

rudeza. Pienso en los animados infantiles rusos: “Liebre, deja que te coja…”.<br />

No lo volví a ver hasta el día 4 de abril. El día de la farsa que ellos nombraron<br />

juicio. El instante propicio, para con testigos, mostrarle una parte de mi rostro<br />

verdadero, <strong>sin</strong> que pudieran negarlo o tergiversarlo.<br />

El resto fue simple. Llegaron los espejuelos. Me los puse. Tengo barba,<br />

tengo pelo revuelto, tengo espejuelotes. Ya soy yo. Veo mejor al joven oficial<br />

Amaury Manuel Cabrera Gómez. Descubro por qué la silla donde permanezco<br />

es tan rígida y no pude pegarla al buró cuando lo intenté a mi llegada. Está em-<br />

palmada al piso. Valientes que son los policías políticos. Así nadie se las puede<br />

estrellar en la cabeza. Leo la orden de arresto. Digo que no la firmo. Me dice<br />

que no tiene importancia, que con la firma de los dos guardianes que me con-<br />

dujeron hasta allí como testigos, basta. Le digo que si le hace algunos cambios<br />

la firmo. Vuelve a caer en la trampa. Le doy mi opinión sobre el significado de<br />

algunos vocablos utilizados. Puro entretenimiento semántico mío para com-

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