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manuEl VázquEz Portal<br />
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Días antes de mi visita correspondiente al 30 de agosto, habíamos des-<br />
pertado sobresaltados. Una ráfaga de AK, seguida de varios disparos<br />
aislados habían roto la apacibilidad de la madrugada. Esa era la mejor<br />
hora para dormir en la eterna atmósfera sofocante del oriente cubano. Y el sueño<br />
fue interrumpido por las detonaciones, el vocerío, los ladridos de los pastores<br />
alemanes. Más tarde sentimos el barullo en las celdas de mayor severidad de<br />
Boniatico: llegaban nuevos vecinos.<br />
No los vimos hasta días después. No podían moverse. Sólo escuchábamos<br />
sus quejidos desde el interior de sus celdas. Traían las cabezas rotas, los rostros<br />
amoratados e inflamados, el cuerpo cruzado de cardenales. Uno de ellos, al que<br />
ubicaron en el piso alto, me pidió analgésicos. No soportaba los dolores. Lue-<br />
go lo ví en el patio. Sus cardenales habían tomado una coloración verdosa, le<br />
daban un aspecto de tumefacción que casi lo convertía en un cadáver andante.<br />
El fue quien contó cómo había sido el intento de fuga, y cómo la persecución<br />
y captura. “¡Criminal!”, pensé. El deber de los guardianes era capturarlos,<br />
no golpearlos salvajemente después de capturados. Cuando lo discutí con un<br />
coronel de cárceles y prisiones de la dirección nacional que vino por aquellos<br />
días no supo que decirme, no tenía explicación para semejante atrocidad. Otra<br />
vez los autores quedarían <strong>sin</strong> castigo. Lo comprendí por la impasibilidad del<br />
coronel.<br />
No sabíamos entonces si también seríamos blancos del salvajismo de los<br />
guardianes cuando nos declaráramos en huelga. Pero bueno, un latinazgo: Alea<br />
iacta est. Todo estaba preparado. Solo faltaba que yo hablara con Yolanda. Y<br />
Yolanda ya estaba en Boniato. Durante más de veinte días había mantenido<br />
una larga cola en la agencia de Cubana de Aviación, en la esquina de las calles<br />
Infanta y Humbolt, en la Habana, para conseguir los pasajes. Laura Pollán<br />
y su hija Laurita Labrada se habían turnado para conservar el sitio en la fila<br />
durante esa temporada de espera. Y todo inútil. El día de la compra de los bo-<br />
letos, cuando la fila había apenas adelantado cinco o seis personas, ya no había<br />
capacidad. Yolanda tuvo que pagarle a una “colera” profesional 15 dólares por<br />
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