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“Suelto todavía”<br />
“Pero, ¿hasta cuándo?”<br />
“No te preocupes.”<br />
“¿Cómo están Yolanda y el niño?<br />
“Bien: Gabo, en la escuela; Yolanda, en la casa, esperándome.”<br />
“Cualquier cosa, llama para acá.”<br />
<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
“Bueno, si me dejan.” Ahora soy yo quien trata de restarle importancia al<br />
asunto. No quiero que ella perciba mi estado de ánimo. En mi familia siempre<br />
han creído que soy invulnerable al miedo. En este instante me esfuerzo porque<br />
a ella no se le rompa esa imagen.<br />
Tocan fuerte a la puerta de casa de Xiomara. Ella se sobresalta. Me mira con<br />
los ojos llenos de pavor. Se demuda. Se petrifica. Me despido de Lázara lo más<br />
calmado que puedo. Le sonrío a Xiomara. Ella me hace señas con la mano. Me<br />
indica la escalera de la barbacoa. Quiere que me esconda. Vuelvo a sonreírle.<br />
Sudorosa. Pálida. Inmóvil. La levanto por los hombros. Siento que tiembla.<br />
“Escóndete.” Me dice en un susurro.<br />
“Abre.” Le digo, imperioso. Vuelvo a sentirme atenazado por mi inmerecida<br />
fama de “tipo duro”. No quiero que ella tampoco pierda la visión que tiene de<br />
mí.<br />
Abre.<br />
El rostro se le compone. Le vuelve la decisión a los ojos. Va a la puerta.<br />
“¡Comemierda! ¿Tú no tienes llave? Por poco me da un infarto.” Oigo que<br />
le grita a alguien.<br />
Es su marido que se ha quedado pasmado ante la puerta. No sabe qué decir.<br />
Luego ríe. Entra.<br />
“Se me quedaron las llaves en el otro pantalón.” Explica.<br />
“¿Qué bolá, cuña?” Lo saludo.<br />
“Asere, esto está en candela, ¿qué vuelta contigo?”<br />
“Esperando que me guarden.”<br />
“¿Tú crees?”<br />
“Al segurete.”<br />
Xiomara esta más tranquila. Yo también. Telefoneo a Claudia Márquez<br />
Linares. Ya sé que Osvaldo Alfonso es uno de los presos.<br />
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