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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
de los gobernantes; es decir, de Don Omni, que es en realidad todo el gobierno.<br />
Lo que más nos interesaba era saber cuál sería su posición frente a la situación<br />
internacional que se le presentaba. Si el discurso del 26 de julio traía alguna<br />
noticia interesante para nosotros sería esa.<br />
El discurso fue realmente breve y llorón. Se quejaba de la condena inter-<br />
nacional. Recordó su autodefensa cuando el juicio por los sucesos del Cuartel<br />
Moncada y pluralizó el archiconocido “condenadme, no importa, la historia<br />
me absolverá” diciendo que condenaran a Cuba –olvidó que él no es Cuba- que<br />
los pueblos la absolverían. Se equivocó. En septiembre se hicieron efectivas<br />
las sanciones de la Unión Europea. Y no estaban condenando a Cuba. Estaban<br />
condenando al gobierno de Fidel Castro.<br />
Yo no pude oír la perorata del Máximo. A mi celda no llegaba la voz, ya<br />
tropelosa, del Supremo. Con un file donde guardaba mis papeles fabriqué una<br />
especie de cono que, sacándolo entre los barrotes, me permitiera escuchar. Fue<br />
imposible. No se oía nada. Normando sí podía descifrar el mensaje de Don<br />
Omni. La vocina estaba instalada próxima a su celda. Él, a gritos, me traducía<br />
aquellos sarrillos ininteligibles del achacoso anciano. “La misma historia”, me<br />
decía. “Está llorón”, me explicaba. Tuve que conformarme con los escuetos<br />
epítomes de Normando. Ya el lunes 28, pude saber más detalladamente lo que<br />
había dicho el Gran Caporal.<br />
El 27 fue domingo. Los guardianes andaban soñolientos pero alegres. Po-<br />
drían descansar. Se terminaba el acuartelamiento. Irían a sus casas después de<br />
tres días de ajetreo. Habían cumplido su deber. Nada de qué ufanarse. Nada<br />
que lamentar. Todo en orden. Sin novedad en el frente.<br />
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