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manuEl VázquEz Portal<br />
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Reapareció Ramiro. Día de mi cumpleaños. Venía haciéndose el chivo<br />
con jaquecas. Ya tenía noticias del premio. Pero los agentes de la<br />
Seguridad cubana simulan muy bien no tener información ninguna.<br />
Se han tomado muy a pecho aquella frase de José Martí, en carta a Manuel<br />
Mercado: “en silencio ha tenido que ser porque hay cosas que para lograrlas<br />
han de andar ocultas”. Y hasta se autodenominan “Los hombres del silencio”.<br />
Conmigo se joden. Yo soy periodista. Y como periodista, divulgador, comuni-<br />
cador. Todo lo que logro saber lo esparzo por el mundo. Adoro la transparencia.<br />
Respeto <strong>sin</strong> fronteras el derecho que tienen a saber los demás. Quien no quiera<br />
que yo informe, que no me diga nada, que no haga nada donde yo alcance a<br />
verlo, porque si le hallo el filón noticioso, es reporte seguro. Mi universo es la<br />
opinión pública. Y las mordazas, a pesar de la draconiana ley 88 por la que me<br />
condenaron, trato de deshacerlas.<br />
Pero Ramiro no venía por la noticia del premio. Llegaba tras las huellas<br />
de una supuesta nueva huelga. Agustín Cervantes y yo habíamos acordado<br />
promover una en la cual se involucraran varias penitenciarías de la provincia<br />
Santiago de Cuba. Yo sabía de antemano que si invitaban a Yolanda a recibir<br />
mi premio, el gobierno cubano no le permitiría asistir, y en respuesta a la ar-<br />
bitrariedad nos lanzaríamos a la huelga. Agustín Cervantes permanecía en el<br />
“destacamento 5” y nos comunicábamos por medio de notas que ciertos enlaces<br />
nuestros trasladaban. Sin embargo nos hacía falta un encuentro más cercano<br />
para trazar la estrategia. Agustín encontró la fórmula perfecta. Un mediodía,<br />
escuchamos desde las celdas de castigo, que colindaban con el comedor del<br />
penal, una estruendosa algazara. Agustín le había lanzado a la cara su cantina<br />
de alimentos a un guardián. ¡Sacrilegio! ¡Indisciplina! Por ello Agustín iría, ipso<br />
facto, a las celdas de castigo, <strong>sin</strong> darle tiempo a la Seguridad de que interviniera<br />
con “su inteligencia” e impidiera nuestro encuentro. Cuando intervinieron “los<br />
sesudos muchachos del silencio” ya Agustín llevaba varios días en las celdas<br />
de castigo y la estrategia había sido trazada.