Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
de bajarse la cremallera y orientar bien la fontana con las manos esposadas y<br />
un ómnibus dando tumbos. En Sancti Spíritus hicieron una parada técnica para<br />
ponerle combustible a los carros. Abandonamos la autopista nacional. Rodába-<br />
mos entonces por la vieja Carretera Central. La marcha más lenta. La Carretera<br />
Central es en realidad una vereda asfaltada. Han pasado casi 80 años desde que<br />
se construyó. El otro dictador, Gerardo Machado, la enarboló como un gran<br />
triunfo de su mandato. La cacareó tanto como la construcción de El Capitolio,<br />
a lo mejor para su tiempo era una gran carretera, hoy es un trillo por el cual se<br />
debe conducir con sumo cuidado. Ciego de Ávila fue la otra escala. “Ciego<br />
del Ánima”, dije recordando la vieja novela Siempre la muerte, su paso breve,<br />
del escritor cubano, nacido allí, Reynaldo González. Pensé en mi hija Tairelsy<br />
y mi nieto Samuel. ¿Qué estarían haciendo en esta tarde en que yo pasaba por<br />
Ciego de Ávila, esposado, <strong>sin</strong> besos y <strong>sin</strong> regalos para ellos? Bajaron a tres o<br />
cuatro de mis compañeros. No pude saber a quiénes. La llanura camagüeyana<br />
se extendió frente a nosotros. Recordé a otro poeta avileño, Roberto Manzano<br />
Díaz, modestia y lirismo. “Sabana, / patria de mis ojos. / Desembarazado<br />
fulgor. /Espartillo y corojo en las distancia”. Recité mentalmente los versos<br />
de Manzano. Me adormilé.<br />
Cuando desperté estábamos en Camagüey. Un parqueo con varios carros de<br />
policía. Desde un cobertizo de tejas acanaladas de asbesto-cemento me saludan<br />
dos jóvenes. No recordaba haberlos visto antes. Nos habían desmontado a todos<br />
para que estiráramos las piernas. Eran Normando Hernández y Mario Enrique<br />
Mayo. Hubo permutas en Camagüey: se quedaron algunos e ingresaron otros.<br />
Ya de noche entramos a Holguín. Recordé al poeta francés del mismo nombre.<br />
Vaya manía de asociar los lugares con la literatura. Nueva permuta. Dejamos<br />
a unos y recogimos a otros. Comimos sentados en el contén de una acera en<br />
el patio del cuartel provincial de la policía política holguinera. Seguimos viaje<br />
en medio de la noche.<br />
“¡Ñooo!, ¿y p’a dónde vamos nosotros?, me preguntó Jorge Olivera.<br />
“Creo que p’a Jamaica” le contesté riendo.<br />
De madrugada entramos a la cárcel de Boniato.<br />
3