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manuEl VázquEz Portal<br />
conmigo en una playa de la costa habanera, vislumbro la algarabía de Samuel<br />
corriendo por su casa solariega de las afueras de Ciego de Ávila, me redescubro<br />
niño braceando en la Laguna de la leche. Fumo hasta toser. Recuerdo entonces<br />
mi pulmón. Me pongo un nuevo plazo para dejar de fumar.<br />
176<br />
Se acabó enero. Ha muerto Ángel Martínez Rivera. Era fin de semana<br />
cuando el viejo comenzó a quejarse. El Dr. preso Andrés Benítez hizo todo lo<br />
que estaba en sus manos. El corazón del viejo no soportó el encierro, el rigor<br />
de una celda de aislamiento. Los fines de semana los médicos presos, que no<br />
tienen “weekend”, son los encargados de atender a los otros presos. Imagino<br />
el susto que pasó el pobre Andrés aquella noche. No es lo mismo que fallezca<br />
un paciente siendo uno médico-preso que un médico-médico, aunque la pre-<br />
ocupación profesional sea la misma. Los oficiales del penal se preocuparon<br />
mucho porque yo tuviera su interpretación de lo sucedido. El mayor Moisés<br />
se encargó de hacerme saber hasta el estado de opinión de los familiares del<br />
difunto. Le temían a lo que yo pudiera informar. Ya se habían convencido de<br />
que no tenían modos de detener el flujo de mis reportes desde la cárcel. Yo había<br />
hecho mi propia interpretación de lo sucedido. El viejo Ángel, sospechoso hasta<br />
el momento de tráfico de drogas, bajo la medida cautelar de prisión preventiva,<br />
aquejado de cardiopatías y asma bronquial, no debía estar en una celda de la<br />
Cárcel de Aguadores, <strong>sin</strong> las condiciones requeridas para una urgencia médica<br />
como la que ocurrió.<br />
El ocho de febrero ya no fumaba. Los parches estaban dando un estupendo<br />
resultado. Sólo después del desayuno me aguijoneaban unas ganas irresistibles<br />
de absorber un poco de humo. Me sobreponía y luego se me olvidaba. La nico-<br />
tina que introducen los parches a través de la dermis me curaba de la ansiedad<br />
pero el hábito motor me dejaba una sensación de vacío entre las manos. Suplía<br />
tal exigencia del cuerpo y de la psiquis leyendo, escribiendo, lavando alguna<br />
ropa que estuviera sucia. Fue una batalla feroz entre el cigarrillo y yo, y la iba<br />
ganando. Pero para el fumador inveterado que soy cualquier pretexto es bueno<br />
para colocarte otro cigarrillo entre los labios, inhalar fuerte, exhalar con deleite<br />
y ver musas de colores en la columna de humo que se eleva triunfadora mientras<br />
te aniquila. Me resisto a todas las tentaciones. Me impongo ganar esta bronca.<br />
A mediodía llegan Reyes y Julio. Nos hacemos chistes sobre lo recuperado<br />
que estoy y lo pronto que podré subir al Tatami con Julio para un “tope frater-