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manuEl VázquEz Portal<br />
32<br />
Desde la tola sube olor de telas quemadas. Ochoa ha encendido una hoguera<br />
para espantar los insectos. Los guardianes del turno de esta noche hacen la vista<br />
gorda. Son buenas personas. Saben que Ochoa la está pasado mal. Si estuviera<br />
aquí Kindelán, el panorama sería distinto. Kindelán es un reverendo hijo de<br />
puta. Un verdugo verdadero. Hubiera ido a la tola, con dos carceleros más -no<br />
tiene coraje para hacerlo él solo- abierto la puerta tapiada, tirado un cubo de<br />
agua contra la fogata y contra Ochoa, luego retirado riendo de su heroicidad.<br />
Kindelán es cruel y cínico. Ha trabajado durante muchos años en esta prisión y<br />
se ha impregnado de lo peor de la conciencia humana. Se relame con los pade-<br />
cimientos ajenos. “¡Un chacal!”, aseguran quienes le conocen. Ojalá no tropiece<br />
conmigo. No se cómo yo reaccionaría. Y por el momento, me conviene pasar lo<br />
más inadvertido posible. Juan Carlos Herrera si ha tenido discusiones con Kin-<br />
delán. Le ha dicho sicario, esbirro, ladrón, chantajista. Kindelán le ha sonreído.<br />
“Goza, goza, ahora”, le ha dicho Kindelán a Juan Carlos. Por la tarde, cuando<br />
el carro chirriante y apestoso pasa frente a la celda de Juan Carlos, Kindelán<br />
aprovecha para desquitarse: toma el cucharón, revuelve la sopa nauseabunda,<br />
aparenta que busca algo, simula que lo vaciará completo en la cantina que Juan<br />
Carlos saca por la abertura de su puerta, pero deja caer el líquido de nuevo en<br />
el caldero, y solo vierte una mínima porción del agua grisácea. Juan Carlos<br />
le grita una palabrota y le lanza la cantina. Kindelán sonríe. “Goza, Goza”, le<br />
dice a Juan Carlos. “¡Arrea!”, le grita a Colao. Dios quiera que yo no tropiece<br />
con Kindelán.<br />
No conocía a Juan Carlos Herrera. Había leído algunos de sus reportes en<br />
el boletín de Cubanet. Sabía que vivía en Guantánamo y que era periodista<br />
independiente. Pero personalmente no había tenido el gusto. Y fue un gusto<br />
verdadero conocerlo. Es un valiente. Lo trajeron a Boniatico un par de sema-<br />
na después de estar yo allí. Llegó con un ojo amoratado. Los guardianes lo<br />
habían golpeado salvajemente. Luego él mismo me contó que el carcelero se<br />
había aprovechado de que estaba esposado y otros celadores lo sujetaban por<br />
la espalda para darle un puñetazo en el rostro. El hecho ocurrió porque había<br />
gritado: “¡Abajo Fidel Castro!” Nos hicimos amigos <strong>sin</strong> siquiera darnos un<br />
estrechón de manos. Nos abrazamos, con esposas puestas los dos, muchos días<br />
después cuando ya nos habían rapado la cabeza –y a mi la cara también- y nos<br />
estaban tomando fotografías para el expediente de prisioneros. Coincidimos