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<strong>Escrito</strong> <strong>sin</strong> PErmiso<br />
abdominales, cuclillas, rotaciones de miembros, planchas; eso basta para estar<br />
en forma; si siento algún “cancaneo” –extrañísimo en mí- ha de deberse al<br />
medio siglo de uso de esta carrocería maltratada por 44 de soyalismo.<br />
No se si Gabriel haya recibido la carta que le envié hace unos días. Le eché<br />
un buen rapapolvo, creo que eso será suficiente. El y yo nos comprendemos<br />
bien. Pero me cuesta mucho ser severo con él, me reconozco –ah, infancia<br />
perdida- en sus gestos, sus desplantes, su audacia, su temeridad, su fortaleza<br />
de carácter, su carencia de temores, su lengua restallante. Cuando lo amonesto<br />
siento renacer al niño reprobado por los adultos <strong>sin</strong> comprensión del universo<br />
infantil; y veo nacer esa rebeldía que también descubro en él. Difícil tarea la<br />
de educar a un “rebencú”. Ahora comprendo mejor a la vieja Eva y al viejo<br />
Manolo, sólo que ellos no se andaban con tantos escrúpulos ni psicologías, una<br />
buena correa era su mejor instrumento pedagógico. En el Eclesiastés también<br />
se habla de la correa como medio educativo, pero no sé, no lo creo eficiente,<br />
ni digno ni moral. Si los niños pudieran enfrentar a sus padres abusadores<br />
con igual fuerza, destreza y rabia cuando son agredidos por ellos, creo que<br />
los padres lo pensarían dos veces, pero resulta más fácil reprimir con fuerza<br />
bruta que persuadir con inteligencia y amor. Yo quiero ser amigo de mi hijo, y<br />
toda agresión física o moral invalida la amistad. Un hijo es, al menos para mí,<br />
algo así como un regalo muy preciado que nos otorga Dios para que nuestra<br />
estirpe permanezca. Me parece, además de inmoral, sacrílego, maltratar a un<br />
niño, forzarlo a trabajos a destiempo o involucrarlos en política. La familia,<br />
la sociedad entera ha de entender que los niños son el tesoro más valioso, y a<br />
la vez, frágil que poseemos. Nadie mejor que tú para entenderme porque sé<br />
cuánto amas a Gabriel.<br />
Estoy confrontando problemas con el uso del teléfono. Parece que los<br />
señores de la “Seguridad del Estado” no dejaron las orientaciones precisas a la<br />
dirección del penal, y estos, aterrados, no se atreven a autorizarme las llamadas.<br />
Ni que fuera yo el encargado de dar la orden de ataque nuclear. Percibo mucho<br />
miedo por parte de las autoridades en relación con nosotros, parece que no<br />
somos tan insignificantes como quieren hacerle creer al pueblo. Por otra parte<br />
veo crecer las simpatías de los reclusos y de muchos guardias – estos últimos<br />
sotto voce- por nosotros. El liderazgo de los 75 en las prisiones es impresio-<br />
nante. Al menos en mi experiencia personal, tanto en Boniatico como ahora en<br />
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