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ORÍGENES DEL CRISTIANISMO - 10

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122 <strong>ORÍGENES</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong><br />

(61) Mientras las demás ciudades tienen sus límites y territorios<br />

concretos, esta vuestra ciudad tiene por confín y por territorio<br />

el entero mundo habitado.<br />

Dejando a un lado el fervor encomiástico del texto, conviene<br />

subrayar que lo que aquí se elogia es un sistema profundamente<br />

selectivo; selectivo, que no igualitario. De él se derivan la<br />

separación existente entre las élites y los subditos propiamente<br />

dichos («habéis dividido en dos»), así como la concentración<br />

de todo el poder en la manos de un «único responsable», sin<br />

que éste lo comparta con los ciudadanos. La xoivr) drjixoxgaría<br />

no tiene, pues, nada que ver ya con el antiguo ordenamiento<br />

de la nóXic, griega (aun cuando cada ciudad siga conservando<br />

una estructura municipal propia).<br />

La sociedad romana, si bien no conocía el racismo en sentido<br />

estricto, sí que estaba organizada en torno a un estado de<br />

naturaleza imperialista y colonialista que se basaba en la explotación<br />

de los recursos y de los hombres. Ya en el año 155 a.C,<br />

Carnéades (enviado a Roma como embajador de los atenienses)<br />

afirmaba emblemáticamente: «Los romanos... si quisieran ser<br />

justos y restituir lo que no les pertenece, se verían obligados<br />

a volver a las cabanas y vivir en la más cruda miseria» (citado<br />

por Cicerón, De re publ. III 8,12 ed. E. Bréguet = Latt., Inst.<br />

5,16,4). Un buen índice de las pesadas cargas fiscales es la<br />

frase, condescendiente sólo en apariencia, de Tiberio: «Hay<br />

que esquilar al ganado, pero no despellejarlo» (Suetonio, Tib.<br />

32). Mientras en Egipto los ingresos cotidianos de una familia<br />

pobre de fellahim del siglo I d.C. no sumaban más que unos<br />

pocos óbolos (cf. P. Oxy. 736 = SP, 1,186), en Roma había<br />

quienes se podían permitir el lujo de pagar hasta seis mil<br />

sestercios por un salmonete (cf. Juvenal, Sat. 4,15s) [N.B.: un<br />

sestercio equivalía a dos óbolos, y con él escasamente se podía<br />

comprar un kilo de pan].<br />

Así se puede comprender cuan extendida estaba la institución<br />

de la esclavitud. Demográficamente debía de significar, en Italia<br />

al menos, un cincuenta por cien de la población 3 . Los esclavos<br />

3. Cf. por ejemplo N. Brockmeyer, Antike Sklaverei, Darmstadt 1979, p. 181.<br />

EL HUMUS GRECORROMANO 123<br />

eran utilizados como mano de obra en la agricultura, en la<br />

artesanía y en las labores domésticas. Podían cubrir también<br />

puestos de confianza (como secretarios), sobre todo una vez<br />

libertos (cf. Tácito, Ann. 13,27). Pero siempre estaría en vigor<br />

el lamento que pusiera Plauto (251-184 a.C.) en boca del esclavo<br />

Sosias; lo vamos a leer en el texto siguiente, que hemos querido<br />

cotejar con un pasaje satírico de Juvenal (50-130 d.C.) en el<br />

que se habla de los caprichos de una dueña de su tiempo.<br />

51. El esclavo al capricho de sus patrones (de Plauto y Juvenal)<br />

[Plauto, Anfitrión 167-169.173.175] El siervo de un rico es el<br />

más desgraciado de los hombres: I de día o de noche el amo<br />

encuentra siempre algún pretexto, I algo que hacer o que decir,<br />

para que no puedas descansar I... No le importa si lo que ordena<br />

es justo o injusto (nec aequom anne iniquom imperet cogitabit)<br />

/ ... Semejante carga se soporta y se lleva con fatiga (habendum<br />

et ferendum hoc onus cum labore).<br />

[Juvenal, Satyrae 6,219-223] «¡Crucifica a este esclavo (pone<br />

crucem servo)/» —¡Oye! «¿qué ha hecho para merecer I el<br />

suplicio? ¿quiénes son los testigos? ¿quién le ha denunciado? I<br />

siempre hay tiempo para matar a un hombre». I —«¡Tonto!<br />

¿Desde cuándo es un hombre un esclavo (demens, ita servus<br />

homo est)? Aunque no haya hecho nada, I yo lo deseo y lo<br />

ordeno, y mi voluntad es razón suficiente (sit pro ratione voluntas)/».<br />

No son, por tanto, de extrañar las frecuentes revueltas; la<br />

más célebre de ellas sería la capitaneada por el gladiador tracio<br />

Espartaco en los años 73-71 a.C, que se saldó con miles de<br />

crucifixiones (cf. Plutarco, Crass. 8-9; Pomp. 21; Apiano, de<br />

bell. civ. 1,559). Bajo Nerón, el año 57 d.C, un Senatus<br />

Consultum deliberó que en el caso de que un ciudadano fuera<br />

asesinado por uno de sus siervos, habrían de ser condenados<br />

a muerte todos los esclavos de la casa, comprendidos los libertos<br />

(cf. Tácito, Ann. 13,32,1). Y cuando en el 61, el prefecto de<br />

Roma fue muerto por uno de sus esclavos, el jurisconsulto C.<br />

Casio, ante las dudas de algunos a la hora de aplicar la ley,<br />

proclamó en la curia «Siempre dudaron nuestros antepasados

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