ORÍGENES DEL CRISTIANISMO - 10
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144 <strong>ORÍGENES</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong><br />
contempla allí muchas visiones misteriosas (jtoXXá nvorixa<br />
deá/uara)... (37) [Los epicúreos, a pesar de todo,] andan<br />
diciendo que todas las cosas que existen no tienen conciencia,<br />
ni inteligencia, ni dueño, y que sin jefe, sin guía y sin guardián,<br />
andan errantes y vagan al azar, al no haber nadie que ahora<br />
las cuide (TIQOVOOVVTOC,) y que antes las haya creado a todas<br />
(éoyaoafiévov zó Jtáv) ...(39) Ahora bien, ya hemos dicho<br />
que la primera fuente de la opinión y la creencia en los dioses<br />
(JIEQI tó fteiov) es, sencillamente, la idea innata en todos<br />
los hombres (tr¡v e/ucpvrov ánaoiv ávftoájtoig émvotav)<br />
formada a partir de las mismas obras y de la verdad... (60)...<br />
A causa de la opinión que los hombres tienen de los dioses, se<br />
sienten fuertemente inclinados (lo%voóc, £Qa>q) a honrarlos y<br />
venerarlos de cerca.<br />
Es una página clásica sobre el conocimiento natural de Dios<br />
(en 42 se habla además del «primer e inmortal Progenitor»),<br />
que sirve de paralelo a Rm 1,19-20 (y al judaismo alejandrino).<br />
La tesis va reforzada por marcados acentos polémicos contra<br />
el epicureismo (§§ 36-37), y por el parangón con una iniciación<br />
mistérica (§§ 33-34).<br />
65. Dión de Piusa, Orat. 33 passim<br />
(17) Vosotros, varones de Tarso, os consideráis felices y dichosos,<br />
porque habitáis una ciudad grande, y cultiváis una tierra fértil,<br />
y así veis que vuestras provisiones son abundantísimas y generosísimas.<br />
Y es que este río vuestro fluye por el centro de vuestra<br />
ciudad [= el Cidno] y, además, Tarso es la capital de todas las<br />
ciudades de Cilicia (¡ir\xQÓ7ioXiq i] Taoobc x&v Kara KiXixíav)...<br />
(42)... Y si antes (JIQÓTSQOV) prevalecía el consejo de los<br />
mejores, ahora prevalece, al parecer, el de los peores... (46) Y<br />
lo que en todos aspectos resulta más insoportable es que la<br />
ciudad no era así desde el principio, sino que la estáis haciendo<br />
vosotros así. En cualquier caso, esta ciudad es vuestra metrópoli,<br />
de modo que también tiene la dignidad y la categoría de una<br />
metrópoli. Sin embargo, no tenéis en cuenta ni su nombre, ni<br />
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su antigüedad, ni su fama. (47)... ¿Quépensaríais si se presentara<br />
Heracles, vuestro fundador (aQ%nyóc), por arder esa pira tan<br />
hermosa que hacéis en su honor? ¿Creéis que se complacería<br />
particularmente al oir un sonido semejante?... (48) Pero ¿qué<br />
necesidad hay de recordar a los dioses? El mismo Atenodoro,<br />
que llegó a ser vuestro gobernador [de Tarso, su patria; filósofo<br />
estoico, ex-preceptor de Octavio: de él hablan también Estrabón,<br />
Geogr. 14,673ss, donde se describe además la intensa vida<br />
intelectual de la ciudad de Tarso, y Séneca, Epist. <strong>10</strong>,5] y al<br />
que Augusto tenía en gran estima, ¿pensáis, acaso, que si hubiera<br />
conocido cómo es ahora vuestra ciudad, hubiera preferido vivir<br />
aquí a vivir con el emperador? Y es que antes vuestra ciudad<br />
tenía fama de ordenada y sensata, y de que producía hombres<br />
sensatos y ordenados. Pero ahora me temo que ocupe la posición<br />
contraria... Si bien muchas de las cosas que todavía se conservan,<br />
manifiestan de algún modo lo sensato y austero de la antigua<br />
educación: entre otras, la costumbre sobre el vestido de las<br />
mujeres, el que se arreglen y caminen de tal modo que nadie<br />
pueda ver la más mínima parte ni de su cara ni del resto de su<br />
cuerpo, ni ellas a su vez vean nada de lo que queda fuera de<br />
la calle.<br />
Dión, como se ve, apostrofaba directamente a sus oyentes,<br />
invitándoles a mejorar con una terapia de impacto. Por lo que<br />
respecta a Tarso, aparece clara su importancia (cf. Hch 21,39);<br />
el pasado que se elogia corresponde sin duda a los tiempos<br />
jóvenes de Saulo-Pablo (cf. la mención de Atenodoro). El culto<br />
de Heracles, con la pira fúnebre, hace pensar en un ritual<br />
relacionado con fiestas del ciclo vegetal de muerte y resurrección<br />
de la naturaleza. Por último, sobre el velo de las mujeres, cf<br />
ICor 11,4-16.<br />
b) El Epicureismo en el momento de los orígenes del cristianismo<br />
no ofrece exponentes de gran relieve. Constituía, sin<br />
embargo, una filosofía muy difundida, con algunos puntos de<br />
contacto con ese cristianismo naciente, hasta el punto de que<br />
todavía en el siglo II había quien asociaba el cristianismo al<br />
epicureismo (cf. infra: n° 157). La gran difusión del epicureismo<br />
en el siglo I nos la confirma Séneca (cf. Epist. 79,15; él cita