ORÍGENES DEL CRISTIANISMO - 10
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318 <strong>ORÍGENES</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong><br />
En cualquier caso, el propio Talmud babilónico (Berakót<br />
28b-29a) nos atestigua que esta plegaria fue acuñada en Jamnia<br />
en los años 80 del siglo I bajo rabbí Gamaliel II. Si bien, s.<br />
Justino confirma su existencia en el siglo II cuando, refiriéndose<br />
al judío Trifón, dice-.«Vosotros en vuestras sinagogas maldecís<br />
a los que se han hecho cristianos» (Dial. 96 y <strong>10</strong>7, donde añade:<br />
«Y los gentiles ponen en práctica vuestras imprecaciones, dando<br />
muerte sólo a quienes se dicen cristianos»). La importancia del<br />
texto es subrayada por el mismo TB Ber. 29a: «Si alguien<br />
comente un error en cualquier bendición se le deja continuar;<br />
pero si se trata de la bencdición de los míntm, se le llama al<br />
orden, porque es sospechoso se ser él mismo un mtn». En las<br />
fuentes rabínicas se habla a menudo de los «miním» (literalmente<br />
= «los de un género aparte»; ¿equivalente a los términos en<br />
griego que usa de Justino en Dial. 80,4: yevioxaí y ptegioxaü<br />
de hecho estos términos tienen el mismo significado). Por<br />
ejemplo, en el midras del Gen. R. sobre Gn 1,26 («Hagamos<br />
al hombre...»), a propósito del plural se dice: «Cuando Moisés,<br />
escribiendo la Torah, llegó (a este pasaje) exclamó: Señor del<br />
Universo, ¡qué argumento das a los minim). Y el Eterno le<br />
respondió: Continúa escribiendo; y quienes se engañan, peor<br />
para ellos». Otra acusación que se les hace es la negación de<br />
la Torah (cf. Tosefta Sanh. 13,5). Aunque la categoría de los<br />
mtnim cubre un vasto espectro de la heterodoxia judía, entre<br />
ellos se hallaban ciertamente los cristianos o «nazarenos» (cf.<br />
supra: n° 142) 19 .<br />
g) Sobre Jesús aducimos, por último, los textos de dos<br />
autores no judíos del ambiente siro-palestino; entrañan cierto<br />
interés histórico; podrían remontarse al siglo I, aunque su data<br />
es discutida.<br />
19. Cf. L. Finkelstein L., The Developement ofthe Amidah, Jewish Quarterly<br />
Review 16(1925)1-43; M. Simón, Verus Israel. Étude sur les relations entre<br />
chrétiens et juifs dans l'empire romain, París 1948, pp. 234-238; G. Vermes,<br />
The Decalogue and the Minim, en: In memoriam Paul Kahle, Berlin 1968,<br />
pp. 232-240; W. Horbury, The Benediction of the Minim and Early Jewish-<br />
Christian Controversy, Journal of Theological Studies 33(1982) 19-61.<br />
TESTIMONIOS DIRECTOS 319<br />
El más importante de los dos es el texto siriaco de una<br />
carta dirigida por el sirio Mará bar Sarapión a su hijo estudiante<br />
en Edesa (actual Urfa, en Turquía, al este del Eufrates). Aunque<br />
algún investigador data el documento en el siglo II, otros (cf.<br />
J. Blinzler) lo consideran, tal vez más atinadamente, poco<br />
posterior al año 73. En concreto, en él se contiene la noticia<br />
de la fuga de unos ciudadanos de Samosata (en la ribera derecha<br />
del Eufrates), entre ellos el propio escribano, y se expresa la<br />
esperanza de que los romanos les permitan volver. Esta situación,<br />
por lo que nos es dado conocer, sólo encaja con la anexión<br />
del reino de Commágenes (cuya capital era Samosata) a la<br />
provincia de Siria, hecho acaecido el año cuarto de Vespasiano,<br />
es decir, entre el 72 y el 73 (cf. Fl. Jos., Bell. 7,219-243). La<br />
carta, por tanto, ha de remontarse a pocos años después de<br />
este hecho. El largo documento revela la formación estoica de<br />
su autor. A nosotros nos interesa tan sólo un breve párrafo.<br />
145. De la Carta de Mará bar Sarapión 20<br />
¿Quéprovecho obtuvieron los atenienses al dar muerte a Sócrates,<br />
delito que hubieron de pagar con carestías y pestes? ¿O los<br />
habitantes de Samos al quemar a Pitágoras, si su país quedó de<br />
pronto anegado en arena? ¿O los hebreos al ejecutar a su sabio<br />
rey, si al poco se vieron despojados de su reino? Un Dios de<br />
justicia, en efecto, vengó a aquellos tres sabios. Los atenienses<br />
murieron de hambre; a los de Samos se los tragó el mar; los<br />
hebreos fueron muertos o expulsados de su tierra para vivir<br />
dispersos por doquier. Sócrates no murió, gracias a Platón;<br />
tampoco Pitágoras, a causa de la estatua de Era; ni el rey sabio,<br />
gracias a las nuevas leyes por él promulgadas.<br />
El redactor de la carta no es ciertamente cristiano: en otros<br />
sitios habla de «nuestros dioses», y aquí justifica la supervivencia<br />
20. El texto fue editado por W. Cureton, Spicilegium Syriacum, London<br />
1855, pp. 43-48; la versión (italiana, que es la que aquí se traduce) está basada<br />
en J. Aufhauser, Antike Jesúszeugnisse, 2 1925, p. 9, líneas 1-18.