ORÍGENES DEL CRISTIANISMO - 10
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234 <strong>ORÍGENES</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong><br />
mismo. Por ejemplo, en él falta por completo el género del<br />
tratado filosófico sobre un tema concreto (como lo hallamos<br />
en Séneca o en Plutarco), la sátira (como en Horacio y Juvenal),<br />
el diálogo (como en Luciano de Samosata), la composición<br />
poética en sentido estricto (abundante y variadamente atestiguada<br />
en Virgilio, Horacio, Ovidio, Lucano, etc.), el epigrama<br />
(como en Marcial), lecciones escolásticas en forma de diatriba<br />
(como en Musonio Rufo y Epicteto), colecciones de pensamientos<br />
personales (como en Marco Aurelio), etcétera. Casi<br />
de todos y cada uno de estos géneros se encuentran paralelos<br />
en los escritos neotestamentarios; pero se trata de ecos o de<br />
fragmentos dispersos, cuya consistencia no es tal que pueda<br />
definir al escrito en el que se hallan. Lo mismo cabe decir,<br />
aunque de modo más atenuado, del ambiente judío, cuyos<br />
géneros literarios son también muy diversos. El NT no ofrece<br />
ejemplos de enteros tratados alegóricos sobre la Torah (del tipo<br />
de los de Filón de Alejandría), ni escritos enteramente apologéticos<br />
(como los que hallamos en el mismo Filón o en Flavio<br />
Josefo), ni una verdadera regla comunitaria (como en Qumrán),<br />
ni una colección de himnos (como la hay entre los escritos de<br />
Qumrán), ni una colección de instrucciones halákicas (como<br />
será el caso de la Misnah), ni un puro escrito de propaganda<br />
(como la historia de José y Asenet), ni obras de exclusivo<br />
comentario a libros bíblicos (sea en la forma del pé§er qumránico<br />
sea en la del midraS rabínico). Y esto es cierto aun cuando,<br />
cosa que sucede también en la misma literatura grecolatina de<br />
la época, estos variados procedimientos literarios encuentran<br />
en el NT resonancias más o menos amplias.<br />
Por lo que respecta a los tres grandes géneros cultivados<br />
por los autores canónicos del NT hay que precisar que el primero<br />
está ampliamente atestiguado sobremanera en el ámbito pagano<br />
(tanto griego como latino), sin faltar tampoco buenos ejemplos<br />
en el ambiente judaico; el segundo está documentado casi<br />
exclusivamente en ambiente pagano (con algunas diferencias<br />
entre el modelo latino y el griego); el tercero es propio de la<br />
tradición judía.<br />
PARANGÓN LITERARIO 235<br />
A. LA BIOGRAFÍA Y LA HISTORIOGRAFÍA<br />
a) Respecto a los evangelios, muchos han mantenido (en<br />
especial del área alemana, desde M. Kahler a R. Bultmann, y<br />
como reacción a la denominada «Leben Jesu Forschung» o<br />
investigación de la vida de Jesús) que no son sino un desarrollo<br />
in extenso del primitivo kerigma cristiano de la muerte-resurrección<br />
de Jesús. Nacidos desde la fe, escritos desde la fe y<br />
destinados a alimentar la fe, si no a suscitarla, los evangelios<br />
son, ciertamente, un género literario se stante, original. Pero<br />
no se puede definir un género literario en base tan sólo al.<br />
contenido del escrito: de la originalidad del contenido no se<br />
concluye necesariamente que sea igualmente original por completo,<br />
es decir sin parangón posible, su presentación literaria.<br />
Una forma literaria del todo nueva sería incomprensible. El<br />
primer nivel de inteligibilidad de un escrito estriba en que<br />
comparta al menos parcialmente un tipo o género literario más<br />
vasto y ya existente. De donde la distinción bultmaniana entre<br />
Marcos como «evangelio» y Lucas como «biografía» es altamente<br />
problemática. Cierto que entre los cuatro evangelios canónicos<br />
se dan perceptibles diferencias de perspectiva y de óptica teológica<br />
que aquí damos por supuestas. Su diferenciación, con<br />
todo, no ha de apurarse tanto que oscurezca el hecho de que<br />
su punto de partida es muy afín: hay un hilo narrativo bastante<br />
homogéneo que da coherencia al más variopinto material de<br />
tradiciones sobre Jesús, tanto si comienza de entrada con los<br />
hechos del Jordán, como con los de su nacimiento. Por otra<br />
parte, la más reciente escuela post-bultmaniana no tiene problema<br />
en reconocer que el kerigma cristiano, por naturaleza,<br />
hace esencial referencia a la historia, más aún, a la historia de<br />
una persona concreta: Jesús de Nazaret. De ahí el renovado<br />
interés por situar adecuadamente los evangelios en el contexto<br />
literario de su tiempo. Alguien (cf. M.D. Goulder, 1974) ha<br />
tratado de colocarlos sobre el trasfondo judío de la práctica del<br />
«midras» elaborado en función litúrgica; pero no es más que<br />
una hipótesis, que, además, se fundamenta en lo que había<br />
que demostrar. El rabinismo (cf. Primera parte, 1, C), por su<br />
lado, aun disponiendo de toda una serie de anécdotas sobre la<br />
vida de sus maestros, renunció a una presentación biográfica