ORÍGENES DEL CRISTIANISMO - 10
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28 <strong>ORÍGENES</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong><br />
estas «corrientes» (tan sólo la comunidad de Qumrán se puede<br />
considerar propiamente sectaria), o quizá como parte integrante<br />
de ellas, existía asimismo un movimiento bautista. Movimiento<br />
que no se contentaba con prescribir y practicar diversas abluciones<br />
(que ante todo eran motivo de separación «sacerdotal»<br />
respecto a los impuros, al igual que para los fariseos respecto<br />
al c am ha-'ares = «pueblo de la tierra»: cf. en la Misnah, P.Ab.<br />
2,5; Hag. 2,7; véase también para los esenios, Fl. Jos., Bell.<br />
2,129 y 150), sino que ofrecía a la masa del pueblo, incapaz<br />
de llevar a cabo los ritos de pureza en sus menudencias, un<br />
bautismo de perdón que, dispensando de las múltiples liturgias<br />
sacrificiales y expiatorias del templo de Jerusalén, aseguraba el<br />
acceso a la salvación en formas simples y al alcance de cualquiera<br />
(las fuentes son escasas: cf. Fl. Jos., Ant. 18,116-118; Vit. 11;<br />
y además: 1QS 3,3-11; Tosefta, Yad. 2,20; Justino, Dial. 80;<br />
Epifanio, Panar. 19,5,6-7). En este movimiento, como también<br />
entre los esenios, aparece un marcado componente polémico<br />
contra la práctica de los sacrificios cruentos del templo.<br />
Un grupo muy peculiar era el de los samaritanos (cf. JtJ,<br />
pp. 363-369). Aunque geográficamente formaban parte del territorio<br />
de Israel, tres factores les distanciaban del judaismo oficial,<br />
al que les unía la común fe en Yhwh: la composición étnica<br />
mixta (cf. 2R 17,24-41); la construcción en el siglo V-IV a.C.<br />
de un templo cismático sobre el monte Garizim (destruido por<br />
Juan Hircano en el 128 a.C: cf. Fl. Jos. Ant. 13,255s; si bien<br />
el lugar continuaría siendo sagrado: cf. Jn 4, 20s); la aceptación<br />
tan sólo del Pentateuco como Escritura sagrada, con el consiguiente<br />
rechazo de cuanto en él no está contenido (como la<br />
fe en la resurrección de los muertos y la espera de un Mesías<br />
davídico; para ellos el Mesías reviste más bien connotaciones<br />
proféticas a la manera de Moisés, y recibe el nombre de Ta'eb<br />
= «el que regresa»). Tras la época de tolerancia de Herodes<br />
el Grande (cuya primera mujer, Maltace, era precisamente una<br />
samaritana), en el siglo I d.C. las relaciones con los judíos<br />
empeoraron (como consecuencia tal vez de un gesto suyo de<br />
profanación del templo jerosolimitano bajo el prefecto Coponio:<br />
cf. Fl. Jos., Ant. 18,30; sobre la agitación que hubo en tiempos<br />
de Pilato, v. infra: n° 7; después, en el 52, asesinaron a varios<br />
peregrinos galileos que se dirigían a Jerusalén: ib. 20,118-136).<br />
EL HUMUS JUDAICO 29<br />
Hacia el año 90 R. Eliezer decía: «El que come pan de un<br />
samaritano es como si comiese carne de cerdo» (M., Sheb. 8,<br />
<strong>10</strong>). Se prohibieron también los matrimonios mixtos (cf. M.,<br />
Nid. 4,1). El propio Jesús considera a los samaritanos como<br />
no pertenecientes a la comunidad de Israel (cf. Mt <strong>10</strong>,5-6; Le<br />
17,18), pero va de lleno contra corriente cuando provocativamente<br />
propone a uno de ellos como ejemplo de amor desinteresado<br />
al prójimo (cf. Le <strong>10</strong>,30-37). La Iglesia comenzará<br />
precisamente en Samaría su expansión misionera (cf. Hch 1,8;<br />
8,4-25; veáse, no obstante, la gnosis simoniana: infra, n° <strong>10</strong>4).<br />
Considerando este trasfondo, efervescente por doquier, no<br />
sorprende que «las circustancias alentaran a muchos a aspirar<br />
a la realeza (fiaodeíav)» (Fl. Jos., Bell. 2,55; cf. Ant. 17,285).<br />
Semejantes tentativas las hubo, en efecto, y no pocas, durante<br />
todo un siglo. Y siempre se dieron asociadas a los cada vez<br />
más frecuentes movimientos revolucionarios. Flavio Josefo<br />
cuenta hasta siete de ellos que aquí ofrecemos en orden cronológico.<br />
3. Revuelta de Judas hijo de Ezequías, en Galilea, a comienzos<br />
del reinado de Herodes el Grande (Fl. Jos., Ant. 17,271-<br />
272) 7<br />
(271) Había también un tal Judas, hijo de Ezequías, el temible<br />
jefe de bandidos (áQXi^norrjg), que había sido capturado por<br />
Herodes después de muchos esfuerzos [antes de convertirse en<br />
rey: Bell. 1,204]. Este Judas reunió en Séforis, en la Galilea,<br />
una caterva de desesperados e incursionó contra el palacio real.<br />
Se apoderó de las armas que se encontraban allí, con las cuales<br />
armó a los suyos; (272) robó también todo el dinero que encontró<br />
sembrando el terror con sus rapiñas. Aspiraba a mucho más y<br />
aun a gobernar (^nÁCboei ftaoiXzíov Ufifjg), confiando ganar<br />
esta dignidad no por la práctica de la virtud, sino por el exceso<br />
de sus injusticias.<br />
7. *Cí. Antigüedades... III, 212.