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ORÍGENES DEL CRISTIANISMO - 10

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El cristianismo no nació in vitro como fruto artificial de<br />

laboratorio. Ni llovió del cielo como un meteorito. Ya de antaño<br />

el profeta suplicaba: «Cielos lloved vuestra justicia», pero también:<br />

«Ábrete, tierra, haz germinar al salvador» (Isaías 45, 8).<br />

Este componente «terreno» del cristianismo merece toda nuestra<br />

atención. Podría llamársele también «carnal», recordando el<br />

conocido pasaje evangélico: «El Logos se hizo carne y acampó<br />

entre nosotros» (Juan 1, 14). Al igual que Cristo, el cristianismo<br />

posee dos naturalezas: es methórios, anda «sobre el filo de la<br />

navaja», tal y como define Filón de Alejandía al sabio (De<br />

somniis // 234).<br />

Pero como al fin y al cabo me parece más arduo, y sobre<br />

todo más original y seductor, creer en la humanidad de un Dios<br />

que en la divinidad de un hombre, es justamente esa dimensión<br />

humana del cristianismo la que conviene subrayar siempre, a<br />

fin de evitar cualquier simplificación monofisita o, peor aún,<br />

una evaporación entre los humos del mito. Y al contrastarlo con<br />

la historia siempre se tiene algo que ganar, no sólo en el campo<br />

de la concreción, sino también en el de su identidad profunda;<br />

es más, sólo en ella es posible «contemplar su gloria» (Juan 1,<br />

14). Lo que un bellísimo himno órfico, compuesto en el siglo IV<br />

d. C. sobre tradiciones anteriores, dice de la naturaleza, celebrándola<br />

como polysporos, «de múltiples semillas» y pephainoménón<br />

lyteira, «liberadora de lo recién manifestado», los<br />

cristianos pueden decirlo analógicamente de la historia, es decir,<br />

de la gran aventura humana sobre esta tierra. La cual es también<br />

para ellos praeparatio evangélica; conforme al desafío que el<br />

Concilio lanza a los cristianos respecto a gentes de otras religiones<br />

y condición: «familiarícense con sus tradiciones nacionales y<br />

religiosas; descubran con gozo y respeto, las semillas de la Palabra<br />

que en ellas se contienen» (Concilio Vaticano II, Ad gentes 11).

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