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ORÍGENES DEL CRISTIANISMO - 10

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154 <strong>ORÍGENES</strong> <strong>DEL</strong> <strong>CRISTIANISMO</strong><br />

templa a los humanos desde un plano superior y a los dioses<br />

desde un mismo nivel, ¿no penetrará en ti la veneración por él?<br />

... (5) Una fuerza (vis) divina ha bajado hasta ahí. A esta alma<br />

superior, equilibrada, que lo considera todo como inferior a sí,<br />

que se ríe de cuanto tememos y ambicionamos, la impulsa un<br />

poder celeste (caelestis potentia). Virtud tan grande no puede<br />

subsistir sin ayuda de la divinidad; de ahí que su parte más<br />

noble está en el lugar del que ha descendido.<br />

Hablando de Dios dice, además, que «tiene hacia los hombres<br />

el corazón de un padre (patrium animum) y les ama a rabiar<br />

(et illos fortiter amat)» (De prov. 2,6): una afirmación de este<br />

calibre en el paganismo antiguo más que rara es única. Pero<br />

ha de advertirse que el amor de Dios es sólo hacia «los hombres<br />

buenos», de modo que sigue existiendo un abismo respecto al<br />

Dios cristiano (cf. Rm 5,5-8). Es también severo educador del<br />

hombre: «No trata con caricias y dulzura al hombre bueno,<br />

sino que lo pone a prueba, lo templa, lo prepara de tal modo<br />

que acabe por asemejarse a él» (De prov. 1,1,5). Late de fondo<br />

una concepción antropológica dualista.<br />

El cuerpo, en efecto, recibe el calificativo de animi pondus<br />

ac poena (Epist. 65,16; cf. 92,<strong>10</strong>; 120,14-16; Ad Helv. 11,7) y<br />

participa de aquellas realidades visibles que han de ser transcendidas.<br />

De lo que hay que cuidarse, es del alma: «De ella<br />

provienen los pensamientos y las palabras» (Epist. 114,22; cf.<br />

Me 7,20-23); una vez «salida de esas tinieblas en las que fue<br />

situada... será restituida al cielo al cual tenía derecho por don<br />

de nacimiento. Sus orígenes la llaman hacia arriba» (Epist.<br />

79,12: pero matiza «cuando se haya desasido de los vicios, y<br />

pura y ligera remonte el vuelo hacia los pensamientos celestes»).<br />

Encontramos un interesante paralelo entre un texto de s.<br />

Pablo (2Cor 4,17-18) y un párrafo de las Cartas de Séneca a<br />

Lucilo. A los exégetas toca precisar su alcance. Nosotros, ahora,<br />

nos conformamos con leerlo.<br />

70. Séneca, Epist. 58,26-28<br />

(26) ... todo aquello que se esclaviza a los sentidos, que nos<br />

enardece y provoca, Platón no admite que se cuente entre las<br />

EL HUMUS GRECORROMANO 155<br />

cosas que tienen auténtica realidad. (27) Luego son ficticias estas<br />

cosas; durante un tiempo ofrecen cierta apariencia, pero nada<br />

en ellas hay de estable y sólido. No obstante, nosotros las<br />

deseamos como si tuvieran que durar siempre o siempre tuviéramos<br />

que poseerlas. Débiles y perecederos nos detenemos en<br />

medio de vanidades. Proyectemos nuestra alma hacia las realidades<br />

que son eternas (ad illa mittamus animum quae eterna<br />

sunt). Admiremos las formas originales de todos los seres revoloteando<br />

en el cielo; y a Dios que vive en medio de ellas y que<br />

prevé la manera de brindar a los seres que no pudo hacer<br />

inmortales, porque se oponía la materia, su protección frente a<br />

la muerte y el triunfo por medio de la razón sobre los defectos<br />

de su cuerpo. (28) Subsiste, pues, la totalidad de los seres, no<br />

porque éstos sean eternos, sino porque los protege la solicitud<br />

de su guía; pues si fueran inmortales no precisarían de tutela.<br />

Los conserva su hacedor dominando con su poder la fragilidad<br />

de la materia. Menospreciemos todas las criaturas (contemnamus<br />

omnia), hasta tal punto desprovistas de valor que cabe dudar si<br />

existen realmente [cf. 65,22: «El alma reclamará para ella todos<br />

los derechos; el menosprecio del propio cuerpo es libertad<br />

segura»].<br />

Diríase que estamos leyendo a un maestro del espíritu con<br />

cierta tradición cristiana: no en balde, Tertuliano, hablará de<br />

Séneca saepe noster (De anima 20,1), y en el siglo IV verá la<br />

luz un Epistolario apócrifo entre Séneca y s. Pablo 20 . En realidad,<br />

entre la doctrina de Séneca y la fe de s. Pablo hay una distancia<br />

abismal: mientras para éste el único salvador del hombre es<br />

Dios en Cristo, para el filósofo estoico el salvador del hombre<br />

es él mismo (cf. Epist. 31,5: «¿Qué necesidad tienes de súplicas?<br />

Tú mismo hazte feliz»; 80,4: «¿Qué hace falta para ser bueno?<br />

Quererlo»; de aquí a Pelagio no hay más que un paso).<br />

Leamos por último algunas frases suyas de impresionante<br />

consonancia con el cristianismo, al menos en apariencia.<br />

20. Sobre el tema en general, cf. G. Scarpat, II pensiero religioso di Séneca<br />

e lambiente ebraico e cristiano, Brescia 1977.

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