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Por qué amamos – Helen Fisher

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POR QUÉ AMAMOS<br />

xos hacia una pareja se basa en razones derivadas en parte de su ne­<br />

cesidad primordial (y a menudo inconsciente) de reproducirse.<br />

«¿Dónde nace, decid, la fantasía: / en la cabeza o en el corazón?<br />

/ ¿Cómo sale a la luz, cómo se cría? / Dadme una explicación»* 64 .<br />

Podemos responder en gran medida a la pregunta de Shakespeare.<br />

El gusto por la simetría; la afición de los hombres a lajuventud, a la<br />

belleza y a la necesidad de ayudar a mujeres en apuros; la atracción<br />

por parte de las mujeres hacia hombres ricos y de buena posición:<br />

estas predilecciones biológicas pueden poner en marcha los circui­<br />

tos cerebrales del amor romántico. El componente del misterio,<br />

los entornos similares, la educación, las creencias, también guían<br />

nuestros gustos. La ocasión, la oportunidad y la proximidad de­<br />

sempeñan asimismo un papel importante a la hora de elegir a una<br />

persona.<br />

Pero de estas tres fuerzas que guían la selección de la pareja,<br />

creo que la más importante es el historial personal, las múltiples ex­<br />

periencias infantiles, adolescentes y adultas que conforman y modi­<br />

fican nuestras preferencias y aversiones a lo largo de nuestra vida.<br />

Todo ello se conjuga para crear un mapa psicológico en gran medi­<br />

da inconsciente denominado «el mapa del amor».<br />

LOS MAPAS DEL AMOR<br />

Crecemos en un mar de momentos que van esculpiendo lenta­<br />

mente nuestras preferencias amorosas. El ingenio y la facilidad de<br />

palabra de nuestra madre; el entusiasmo de nuestro padre por la<br />

política y el tenis; la afición de nuestro tío por los barcos y las excur­<br />

siones; el interés de nuestra hermana por adiestrar perros; la for­<br />

ma en que las personas de nuestra familia utilizaban el silencio o<br />

expresaban la intimidad y el enfado; su forma de administrar el di­<br />

nero; la abundancia de risas a la hora de la cena; lo que nuestro her­<br />

mano mayor encontraba interesante; nuestra educación religiosa y<br />

nuestros intereses intelectuales; los pasatiempos de los compañe-<br />

*William Shakespeare, El mercader de Venecia, Planeta, Barcelona, 1991. (N.delaT.)<br />

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