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Por qué amamos – Helen Fisher

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POR QUÉ AMAMOS<br />

le gustara más. El divorcio primitivo tuvo incluso compensaciones<br />

genéticas: los hombres y las mujeres que «volvían a casarse» podían<br />

tener más hijos con otra pareja, dando lugar a una beneficiosa va­<br />

riedad en su descendencia.<br />

«Los problemas no son más que oportunidades vestidas con ropa<br />

de faena», escribió el industrial HenryJ. Kaiser. A medida que la mo­<br />

nogamia fue evolucionando durante innumerables generaciones,<br />

creo que esta práctica humana habitual fue seleccionada por los<br />

circuitos cerebrales para el apego a corto plazo. Junto con esta des­<br />

tacada innovación, llegaron los conceptos de «padre», «marido» y<br />

familia nuclear, nuestra tendencia a impacientarnos cuando las re­<br />

laciones son largas y nuestra afición a finalizar una relación y volver<br />

a emparejarnos, es decir, la monogamia sucesiva.<br />

Pero, ¿fue esta tendencia primitiva a establecer relaciones de<br />

pareja a corto plazo lo que desencadenó el desarrollo del amor ro­<br />

mántico?<br />

Puede ser. Quizás la atracción que sienten los chimpancés y otras<br />

criaturas por una pareja «especial» se fuera haciendo más intensa y<br />

resistente a medida que los hombres y mujeres primitivos empeza­<br />

ron a emparejarse y a criar a sus hijos en equipo. Luego, según esta<br />

atracción iba perdiendo fuerza poco a poco, irían aumentando a<br />

su vez los sentimientos de un apego intenso. Sin embargo, cuando<br />

su hijo empezara a ir dejando atrás la infancia, creo que muchas pa­<br />

rejas comenzarían a buscar un nuevo amor. Algunos padres puede<br />

que siguieran juntos para tener más hijos; pero muchos otros bus­<br />

caron nuevos romances, siguiendo el impulso inconsciente de te­<br />

ner una descendencia más variada.<br />

Seguramente, el proceso del cortejo debía de ser mucho más sen­<br />

cillo hace 3,5 millones de años. Digo esto porque los australopitecos<br />

tenían una capacidad craneal de 420 centímetros cúbicos, sólo un<br />

poco mayor que la capacidad craneal media de los chimpancés. Ylas<br />

huellas dejadas por el tejido cerebral en estos cráneos fósiles indican<br />

que las regiones cerebrales del lenguaje no habían empezado a de­<br />

sarrollarse, es decir, no hablaban como los humanos. Además, estos<br />

antepasados nuestros no dejaron dibujos en las paredes de las cue­<br />

vas, ni flautas ni tambores de factura casera. Ni siquiera fabricaban<br />

cuchillos de sílex o algún otro tipo de herramienta hecha de piedra<br />

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