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Por qué amamos – Helen Fisher

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POR QUÉ AMAMOS<br />

rrollado un tipo u otro de plumaje para impresionar a sus futuros<br />

amantes. Pero ninguna criatura, aparte del ser humano, hace alar­<br />

de de habilidades tan asombrosas como componer sonetos o tirar­<br />

se en paracaídas.<br />

Como sostiene el psicólogo Geoffrey Miller, muchos de nuestros<br />

rasgos humanos característicos, como unas aptitudes lingüísticas<br />

sobresalientes, la afición a todo tipo de deportes, el fervor religioso,<br />

el humor y la virtud moral, son demasiado elaborados, demasiado<br />

costosos metabólicamente y demasiado inútiles en la lucha por la<br />

existencia como para haberse desarrollado con el único fin de so­<br />

brevivir un día más. El motivo de su aparición, al menos en parte,<br />

parece ser el servirnos de ayuda en el juego del cortejo y el aparea­<br />

miento.<br />

<strong>Por</strong> otra parte, mi hipótesis es que, junto con los adornos para el<br />

cortejo que exhibimos con el fin de persuadir a las futuras parejas,<br />

hombres y mujeres han desarrollado también una red cerebral<br />

específica para responder a estas características: los circuitos del<br />

amor romántico. Esta pasión, una forma evolucionada de atracción<br />

animal, apareció para ayudarnos a cada uno de nosotros a elegir en­<br />

tre las miríadas de exhibiciones del cortejo, preferir a un individuo<br />

determinado y comenzar la primordial danza del cortejo exclusiva­<br />

mente con él.<br />

Pero Miller no nos dice en ningún momento cuándo, dónde o<br />

por <strong>qué</strong> los seres humanos han desarrollado estos talentos especia­<br />

les. Yyo no he explicado cómo las criaturas de nuestra especie pasa­<br />

ron de sentir una atracción temporal por un individuo «especial» a<br />

convertirse en hombres y mujeres dispuestos a morir por la perso­<br />

na amada. Algo debió de ocurrir hace mucho tiempo que desenca­<br />

denó el impulso humano de amar.<br />

AMOR EN LOS ÁRBOLES<br />

Palmeras, higueras, perales, caobas, árboles de hoja perenne, ár­<br />

boles, árboles y más árboles alfombraban el este de África hace ocho<br />

millones de años. Aquí vivieron los últimos de nuestros ancestros<br />

que habitaron en la selva. Los antropólogos han encontrado pocos<br />

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