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Por qué amamos – Helen Fisher

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78 Miller 2000, p. 35.<br />

79 Miller 2000.<br />

80 Ibid. pp. 3, 29.<br />

81 Ibid. p. 7.<br />

M Darwin 1871 /sin fecha, p. 743.<br />

'Bruneretal. 2002.<br />

2 H. <strong>Fisher</strong> 1989,1992,1999.<br />

3 Reno et al. 2003.<br />

HELEN FISHER<br />

6<br />

POR QUÉ AMAMOS<br />

4 Young, Wang e Insel 1998; Young et al. 1999, p. 768; Insel 2000.<br />

3 Rosenthal 2002, p. 280.<br />

6 Eclesiastés 1:9-12.<br />

7 H. <strong>Fisher</strong> 1992.<br />

8 Lancaster y Lancaster 1983.<br />

9 H. <strong>Fisher</strong> 1992.<br />

10 Pottsl988.<br />

11 Walker y Leakey 1993.<br />

l a Allman 1999.<br />

13 Ibíd.<br />

14 Ibíd.<br />

15 Los antropólogos propusieron hace tiempo que la maduración<br />

retrasada se desarrolló con el fin de proporcionar a los jóvenes el tiem­<br />

po suficiente para aprender las capacidades que necesitarían en la<br />

edad adulta. Ultimamente han aparecido algunas nuevas teorías. Algu­<br />

nos sostienen que la larga infancia de los humanos evolucionó parale­<br />

lamente al desarrollo de nuestro gran cerebro, debido a que la com­<br />

plejidad cerebral necesita tiempo para desarrollarse. Otros defienden<br />

que los genes que determinan la larga duración de la infancia surgie­<br />

ron a la vez que los que marcan un periodo adulto también más largo:<br />

nuestros antepasados mantenían su relación de dependencia durante<br />

unos dieciocho años para conservar la energía mientras sus familiares<br />

de mediana edad cazaban y recolectaban; así, a medida que los jóvenes<br />

iban madurando, podían ocuparse de sus parientes de más edad. Lo<br />

279

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