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Por qué amamos – Helen Fisher

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HELEN FISHER<br />

propósito. Él lo expresaba así: «La contemplación de una pluma en<br />

la cola de un pavo real me saca de quicio» 78 .<br />

Pero con el tiempo, Darwin llegó al convencimiento de que to­<br />

dos estos deslumbrantes adornos se habían desarrollado con un<br />

propósito muy importante: atraer a la pareja. Los que contaban<br />

con mejores recursos para el cortejo, dedujo, atraían a más y mejo­<br />

res parejas; estos presumidos se reprodujeron desproporcionada­<br />

mente y transmitieron a sus descendientes sus aparentemente inú­<br />

tiles adornos. A este proceso lo denominó selección sexual.<br />

En un libro sumamente original titulado The Mating Mind (La<br />

mentalidad del emparejamiento), el psicólogo Geofffey Miller amplía la<br />

teoría de la selección sexual de Darwin. Propone que los seres huma­<br />

nos también han desarrollado unos rasgos llamativos para impre­<br />

sionar a sus potenciales parejas.<br />

Según el razonamiento de Miller, nuestra inteligencia, talento<br />

lingüístico y capacidad musical, nuestro impulso creador de artes<br />

plásticas, de historias, mitos, comedias y dramas, nuestra afición a<br />

todo tipo de deportes, nuestra curiosidad, nuestra capacidad para<br />

resolver problemas matemáticos complejos, nuestra virtud moral,<br />

fervor religioso e impulso caritativo, nuestras convicciones políti­<br />

cas, sentido del humor, necesidad de cotillear, creatividad e incluso<br />

nuestro valor, belicosidad, perseverancia y amabilidad son dema­<br />

siado ornamentales y metabólicamente costosos para haberse desa­<br />

rrollado con el solo objetivo de sobrevivir un día más 79 . Si nuestros<br />

antepasados hubieran necesitado desarrollar estas aptitudes senci­<br />

llamente para vivir, los chimpancés también las habrían desarrolla­<br />

do. Pero no lo hicieron.<br />

Miller cree, por tanto, que todas estas maravillosas capacidades<br />

humanas se desarrollaron para ganar en el juego del apareamiento.<br />

Somos «máquinas del cortejo», escribe Miller 8 0 . Aquellos de nues­<br />

tros antepasados capaces de expresarse poéticamente, dibujar<br />

con habilidad, bailar con soltura o pronunciar acalorados discur­<br />

sos morales, eran considerados más atractivos. Estos hombres y<br />

mujeres de talento tenían más bebés. Y poco a poco estas capaci­<br />

dades humanas fueron quedando registradas en nuestro código<br />

genético. <strong>Por</strong> otra parte, para distinguirse a sí mismos, nuestros<br />

antepasados fueron especializándose, dando lugar así a la tremen-<br />

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