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Por qué amamos – Helen Fisher

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HELEN FISHER<br />

ro de varias cifras. Mientras, la máquina de IMRf iría registrando su<br />

actividad cerebral.<br />

Las entrevistas previas me resultaron difíciles. Me sentía conmovi­<br />

da por las historias que me contaban. Me parecía que todos estos<br />

hombres y mujeres a los que les habían roto el corazón se hallaban<br />

profundamente deprimidos. Esto ya lo esperaba. Pero muchos tam­<br />

bién estaban enfadados, y fue este aspecto imprevisto del rechazo<br />

amoroso el que me hizo comprender el terrible poder de la pasión.<br />

La primera vez que advertí este escalofriante «amor-odio», como<br />

lo denominó el dramaturgo August Strindberg, fue a raíz de mi se­<br />

sión de escáner cerebral con Bárbara.<br />

AMOR-ODIO<br />

Habíamos escaneado el cerebro de Bárbara cuando estaba feliz<br />

y locamente enamorada de Michael. Como pasó con todos los de­<br />

más sujetos del experimento que estaban felizmente enamorados,<br />

Bárbara había salido resplandeciente del primer experimento. Le<br />

brillaban los ojos. Se reía suavemente. Se levantó de la camilla del<br />

aparato de IMRf con alegría, llena de entusiasmo y optimismo. Yco-<br />

mentó lo feliz que se había sentido durante el rato que había esta­<br />

do mirando la fotografía de Michael, repasando sus recuerdos de<br />

los momentos vividos juntos. Pero esta euforia no le duraría mu­<br />

cho. Cinco meses más tarde, Michael la dejó.<br />

Lo supe una mañana, al entrar en el laboratorio de Psicología de<br />

Stony Brook y encontrarla sollozando sobre una gran mesa de reu­<br />

niones. Me entristeció mucho ver a esta encantadorajoven tan abati­<br />

da. Tenía el pelo enmarañado. Había perdido peso. Su cara estaba<br />

pálida, surcada por las lágrimas. Parecía que los brazos le pesaran;<br />

apenas se movía. Me dijo que estaba «muy deprimida»; que «su auto­<br />

estima se había venido abajo». «Mis pensamientos», decía, «vuelven<br />

hacia Michael unay otra vez... Siento un nudo de pena en el pecho».<br />

De hecho, se había pasado la mañana sentada en la cama, con la<br />

mirada perdida.<br />

Me quedé tan conmovida por su tristeza que tuve que abando­<br />

nar la sala. Pero cuando me encontraba en un despacho cercano<br />

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