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Por qué amamos – Helen Fisher

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HF.IÍN FISHER<br />

La monogamia sucesiva es común entre nuestras amigas las aves.<br />

Los ruiseñores que adornan nuestros parques cada primavera se<br />

emparejan durante la época de cría. Ellos también deben repartir­<br />

se las tareas. Uno de los dos debe incubar los huevos y mas tarde<br />

proteger a los polluelos mientras ei otro ha de encontrar comida<br />

para alimentar a la familia. Las parejas con éxito sacan adelanta va­<br />

rias crías. Pero cuando el último de los polluelos abandona el nido,<br />

los padres se van. Al año siguiente muchos se unirán a otras parejas.<br />

Así pues, en aquellas especies que se emparejan para criar a sus<br />

bebés, muchas sólo permanecen juntas el tiempo suficiente para<br />

cuidar de los pequeños durante su infancia.<br />

Este principio también parece aplicarse a los humanos. En las<br />

sociedades tradicionales, el estilo de vida marcado por el ejercicio<br />

habitual, una dieta ligera y un peso escaso, unido al hábito de ama­<br />

mantar a los bebés durante un periodo de tiempo largo, inhibe la<br />

ovulación regular durante varios años después de dar a luz. Entre<br />

estas sociedades se encuentran los bosquimanos !kung del sur de<br />

Africa, los aborígenes australianos, los gainj de Nueva Guinea, los<br />

yan ornamos de la Amazonia y los esquimales netsilik. Las mujeres de<br />

estas culturas tienden a parir un hijo cada cuatro años aproximada­<br />

mente. <strong>Por</strong> ello, los antropólogos creen que el intervalo de cuatro<br />

años entre un parto y el siguiente era el patrón de tiempo habitual<br />

que marcaba la frecuencia del nacimiento de los hijos en los huma­<br />

nos durante nuestra larga prehistoria 8 .<br />

<strong>Por</strong> tanto, la duración del intervalo entre un nacimiento y otro<br />

en los humanos es similar a la duración típica de los matrimonios<br />

que acaban en divorcio en todo el mundo.<br />

Mi teoría, pues, es la siguiente: quizás al igual que los ruiseñores,<br />

los zorros y muchas otras criaturas caracterizadas por la monoga­<br />

mia sucesiva, los antiguos humanos que vivieron hace 3,5 millones<br />

de años se emparejaban sólo durante el tiempo necesario para criar a un<br />

hijo durante su infancia, esto es, unos cuatro años 9 . Cuando una madre<br />

ya no necesitaba alimentar o llevar a un bebé en sus brazos constan­<br />

temente y podía dejarlo con su abuela o sus tías, hermanas, primas<br />

o a cargo de sus hijos mayores, ya no necesitaba una pareja a tiem­<br />

po completo para garantizar la supervivencia de su hijo. Efectiva­<br />

mente, podía «divorciarse» de su compañero si encontraba otro que

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