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Untitled - Editores Alambique

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astones sujetos a los antebrazos, crecieron hasta que pude<br />

agarrarlos con las manos, convirtiéndose en los impulsores<br />

perfectos para la superfi cie suave y helada.<br />

—También les servirán por si tienen que caminar —les<br />

aclaré a los emisarios, señalando los triángulos y bastones<br />

de diamante negro que Lendrax les diera, los cuales brillaron<br />

y se retorcieron.<br />

Una miraba de admiración chispeó entre ellos, al verme<br />

dar los primeros pasos. Mientras la noche terminó de caer<br />

sobre nosotros como un árbol seco y ya no nos abandonó<br />

más, yo regresé sobre cubierta en completo silencio<br />

exterior e interior. Mainar-Rotarú y Menq-Aurí calculaban<br />

la duración del viaje, según el mapa de la primera y la<br />

experiencia del segundo. Dos semanas debíamos emplear<br />

para llegar a donde dejaríamos los huevos de luz y regresar,<br />

suponiendo que no aparecieran excesivas tormentas o<br />

peligros insospechados. Siguiendo la indicación de Galax,<br />

cada uno preparó alimentos y agua para tres semanas<br />

de expedición. Por mi parte, llevaba al cinto el catalejo<br />

de oro y la presencia en mi corazón de mis otros amigos<br />

y compañeros de ultramar. En medio de aquella noche<br />

friísima, Galax dio la señal y comenzamos a bajar de la barca<br />

de ébano. Las plumas que los seres pájaro llevaban en las<br />

frentes comenzaron a llenarse de resplandor y, junto con el<br />

brillo de Menq-Aurí, formaron un murmullo de claridad que<br />

nos alumbró el paso.<br />

Y así, antes de abandonar el puente que Lendrax había<br />

hecho con su quilla, los emisarios miraron a la barca,<br />

respiraron lenta y profundamente por tres ocasiones, y<br />

luego formaron un rombo: Galax al frente, fl anqueado<br />

por Gorgala, a la izquierda; Dangas, a la derecha; Barú en<br />

la retaguardia y Mainar-Rotarú y yo en el centro. Al alzar<br />

vuelo hacia el sur del mundo, Mainar-Rotarú puso las corvas<br />

de sus brazos debajo de mis axilas, mientras los zapatos de<br />

triángulo de ébano de la mujer pájaro se transformaron en<br />

un cinturón que ponía paralelas nuestras cinturas.<br />

Más adelante, justo cuando mis ojos comenzaban a<br />

acostumbrarse a aquella penumbra, comenzó a nevar hasta<br />

que, por fi n, el peso de la nieve hizo imposible el vuelo. Al<br />

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