Untitled - Editores Alambique

AELEZ Y ARDEGAJ
—Todo fue organizado con mucha rapidez por parte de los
hombres y mujeres de ébano —dijo Yuan, al continuar con
el relato de su aventura de El Continente Rojo.
“Queda poco para la tribu piel roja”, me contarían
mientras terminaban los preparativos los hombres y mujeres
de ébano.
Enseguida, el capitán de ultramar me detalló cómo en
Lendrax fueron acomodadas ánforas lapislázuli de lava
petrificada, llenas con lo que la tribu de ébano llamaba
semillas de agua, las cuales debían sembrarse en el primer
ocaso, una vez que arribáramos a tierra piel roja. En
cuanto al alimento, fueron guardadas toda clase de frutas,
hortalizas y verduras en unos cofres hechos de esmeraldas,
que tenían la capacidad de conservarlos frescos durante
semanas.
—Antes de partir sin embargo —añadió el viejo marino—,
yo debía ayudarles a ir a la cueva blanca por cinco libros
sagrados que mandarían como regalo a los habitantes del
Continente Rojo. Tenía que ser yo, me explicaron, pues era
humano como humanos los habitantes que necesitaban la
ayuda.
“Dar a quien no necesita, es entregar a quien no merece”,
me dijeron al proporcionarme un ancho carcaj hecho de lava.
Luego, antes de indicarme el camino a la cueva, la manera
de entrar en ella y otras cosas, me presentaron a una joven
pareja que iría conmigo, como delegación hasta aquellas
lejanas tierras de El Continente Rojo. Sus nombres eran...
—¿Cómo se escriben? —interrumpí a Yuan.
—¿Cómo qué?
—¿Que cómo los escribo? —añadí.
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