Untitled - Editores Alambique

tai-co.
De inmediato Liu Yuan sacó de un pequeño bolso un
puñado de hierba seca.
—Mézclalo con agua bien caliente pero sin burbujas.
Lo olí y mastiqué un poco.
—Más tarde, después de cenar, lo beberé.
—¿Cuál más tarde? —replicó Yuan con un extraño brillo
en la mirada que me hizo estremecer—. ¡Ah!, claro, siempre
lo olvido: eres de los que tienen esa extraña costumbre de
creer que el futuro existe.
—La noche que siguió a nuestro arribo es —reanudó el
marino su aventura—, sin duda alguna, la más azul, intensa
y calma que nunca viviéramos mis amigos y yo. Lo que
veíamos y éramos se hizo uno con el océano y éste se rebeló
por entero, por esa vez, como la respiración del universo.
Poco antes del amanecer Menq-Aurí brilló en mi mano lo
sufi ciente como para despertarme. Lo primero que vi era que
mi traje había sido destejido y tejido por Galil, convirtiéndolo
en uno verde-azul, en cuyo pecho había bordado un anillo
negro rodeado de una línea de oro, el cual giraba y giraba.
Al incorporarme me di cuenta de que el círculo de niebla nos
había introducido en sus dominios y cómo desde la isla, que
tintineaba con luz propia, cinco puntos luminosos se dirigían
a nosotros.
Poco después pude ver que eran pájaros, mejor dicho,
hombres y mujeres pájaro. Uno era verde, otro dorado, un
tercero azul, uno más rojo y el último casi transparente. Más
cerca de nosotros pude ver que tres eran mujeres. Aquellos
trazaron círculos hasta que se quedaron suspendidos
arriba nuestro. A una orden, un graznido como un puente
de plata de la mujer pájaro transparente, muchos otros
hombres y mujeres, con variaciones de los mismos colores,
aparecieron desde la isla. Mi corazón palpitó tan aprisa
como había aprendido. En instantes, los seres halados
llevaron a Lendrax hacia el centro de la isla. Un lago de agua
dulce y resplandeciente nos esperaba. Una vez depositados
las criaturas aladas desaparecieron hacia el poniente.
Comenzaba a amanecer en Capel-Bolta.
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