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LA DANZA DE LA NOCHE VERDE<br />
(I PARTE)<br />
Sin darme cuenta, Liu Yuan, había hablado totalmente<br />
dormido desde hacía buen rato. Al percatarme de ello,<br />
el capitán de ultramar se sumergió totalmente en el runrún<br />
que le brotaba de la memoria. Lo que contó a continuación<br />
no podía ser entendido, por lo que opté por descansar<br />
mi brazo, guardar las notas y acompañar a Yuan en esta<br />
aventura del sueño.<br />
—¡Despierta! ¡Haragán! —me sacudió el viejo marino.<br />
Creí que habíamos dormido escasos minutos pero, al mirar<br />
el reloj, no pude creer que habían pasado casi diez horas.<br />
—¿En qué estábamos? —preguntó como si nada mientras<br />
ordenaba los papeles.<br />
—Quedamos en el arribo a El continente rojo<br />
—contesté.<br />
—¡Ah! ¡Claro!... Al llegar —prosiguió Yuan con<br />
entusiasmo—, nos dirigimos a una cueva donde, según<br />
indicara Menq-Aurí, aún había sobrevivientes. Un olor a<br />
muerte revoloteaba. Lendrax había adoptado la forma del<br />
estrecho y por sí misma había sacado las ánforas lapislázuli<br />
con la “semilla de agua” y los cofres de esmeraldas con los<br />
alimentos. Mientras tanto, Aelez, Ardegaj y yo, dábamos<br />
sorbos de agua a quienes nos encontrábamos. La última fue<br />
la joven y pequeña mujer de extraordinaria belleza a quien<br />
ya había visto a través de Menq-Aurí: Rocío de la Mañana.<br />
Llegamos hacia mediodía a El Continente Rojo y ya para<br />
la tarde los habitantes de la tribu podían medio caminar y<br />
hablar. No había duda de que aquella agua y alimentos eran<br />
muy poderosos. En tanto esto sucedía, en la cubierta de<br />
Lendrax Menq-Aurí recorría el territorio del continente a fi n<br />
de asegurarse de no dejar perdido a algún otro sobreviviente,<br />
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