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Untitled - Editores Alambique

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—¡Lee! —ordenó el anciano, humeante, dejando<br />

entrever una armadura como una gigantesca piel de<br />

león que se erizaba por la espalda, y que, no obstante su<br />

volumen, parecía hacerlo fl otar.<br />

El cuarto hombre se despegó de la oscuridad y vino<br />

junto al joven. Parecía un espejo viviente cubierto por<br />

una turquesa recién excavada. Tenía el cabello largo y<br />

ensortijado. La furia de su mirada creaba la ilusión de<br />

transformarlo a veces en lo que Yuan, el aprendiz, creyó<br />

un lobo gris. Aquel anciano se sentó a su lado, cerrando<br />

los ojos para acompañarlo en su lectura. Al fi nalizar, el<br />

quinto anciano vino hacia el joven. De andar lento pero<br />

fi rme, parecía estar hecho del más viejo bambú. Su<br />

armadura era un ramaje verde que le salía entre el hombro<br />

y el cuello. Al estirarse por voluntad propia formaba unas<br />

alas de mariposa que se ensanchaban hacia la espalda,<br />

dirigiéndose hasta el principio de la columna. Antes de<br />

recoger cada tabla y envolverla de nuevo, el viejo tomó al<br />

joven Yuan de las sienes y sopló sobre él:<br />

—Quien busca el conocimiento, si es implacable e<br />

impecable, cada vez tendrá más. Quien busca la sabiduría<br />

cada vez necesitará menos.<br />

Acto seguido, el anciano enterró las tablas, mientras el<br />

cansancio del mundo cayó sobre Yuan, el aprendiz, el cual<br />

se acurrucó más cerca del fuego azul.<br />

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