Untitled - Editores Alambique

marino, luego de secarse el sudor de la frente con la manga
del traje— pude comprobar que a los emisarios también les
sucedió lo mismo.
Bueno, excepto en lo que cada uno vivió mientras
atravesaba la tripa de la montaña y salía directamente hacia
el hielo brutal de la superfi cie. Sí, en aquel lugar, por más
que sentimos bajar, al fi nal salimos inexplicablemente a la
superfi cie. Todavía recuerdo la palidez de cada hombre y
mujer pájaro al contarme su experiencia. Supongo que no
me quedé atrás al decir lo que me pasó… En fi n, una vez que
cada uno salió a la superfi cie...
—Pero Yuan —interrumpí sin poder evitarlo—, ¿qué fue
lo que vivieron?
El marino frunció el ceño.
—Me parece fundamental..., pero si no se siente bien...
Amanecía. Le dije a Yuan que era necesario detener
el relato de sus aventuras pues aquel día sí tenía que ir a
trabajar.
—Quédese en casa hasta que regrese —le pedí.
Luego me bañé con agua muy helada con la vana
pretensión de tomar nuevos bríos. A la cuarta taza de café,
bien cargado y sin azúcar, comencé a sentirme un poco
reanimado, aunque debería decir intoxicado. El capitán de
ultramar dijo que estaba bien, que más tarde nos veríamos, y
no hizo ningún comentario usual a eso de “tener que” hacer
algo, como ir a trabajar. Esto me preocupó aún más.
—Hasta más tarde, Yuan —me despedí.
Una ligera reverencia fue su respuesta.
Al finalizar la jornada de un día completamente
improductivo, pasé por una tienda y compré una caja de
casetes. De haber sabido lo que Yuan iba de contarme,
tal vez no hubiera regresado.
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