Untitled - Editores Alambique

sí misma, hembra siempre hallada en la ferocidad de la
sangre. Yo te recibo y te saludo. Abre tu corazón, roto para
que pueda reconfortar lo que se corta. Únete en nosotras.
Luna de la sangre hirviente, rajadura que se abre y se cierra
una y otra y otra y otra vez. La tres veces parida: ¡Únete!
—Gorgala levanta la cabeza y abre los ojos.
—El tercer hombre se detiene en su camino hacia la
niña.
—Los niños no se tocan, dijo Gorgala antes de hacer
refulgir sus ojos y levantar los brazos, con el huevo de luz del
clan de la magia, sobre su cabeza.
—Los niños no se tocan, repitió.
—La triada pierde las formas humanas. Suelta a los que
tiene atrapados en los resecos huevos transparente menos a
la niña que primero vimos. Los demás caen y se despedazan;
son embriones de ceniza.
—La triada parece un nudo de serpientes de humo. Hollín
en el hocico de la negación.
—Perversión, rechazo, ilusión.
—El odio siempre es estéril.
—Gorgala sostiene su huevo de luz con la mano izquierda.
Con la derecha hace un trazo semicircular frente a ella. Un
puente dorado se tiende hacia la niña que abre el reseco
huevo y, aunque la triada la quiere morder, no puede evitar
que toque la luz de la magia.
—La niña tiene esa luz en su corazón. Al tocar la de
Gorgala desaparece de la cárcel del engaño.
—¡Cómo es posible! Ahora la niña está dentro de Gorgala.
Y ríe. Está libre. Ríe con una dulzura desmedida.
—La triada tiembla y se enrosca hasta vomitarse a sí
misma.
—Abajo aparece ahora una cosa de cuatro patas y un
espumarajo por hocico. Los ojos verdes le rechinan. Sobre
el lomo una rajadura se levanta dando paso a una remedo
de ave que decidió aceptar la derrota como lugar en el
vuelo. Sobre ellos, donde antes estaba la silla de huesos
blanqueados por la lluvia, una masa de ojos babosos y
podridos, emerge como una llaga de rencor.
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