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Untitled - Editores Alambique

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que la primera vez, lo que intentaba a toda costa ser una<br />

declaración.<br />

—Nom bre mies Cepoe Seroye, patriarcs del clande<br />

plumais roja sss —espetó el gusano rojo.<br />

Un gruñido salió de cada uno de los vasallos lechosos<br />

de quien asumimos se llamaba Cepoe Seroye quienes,<br />

envalentonados por lo dicho por su “patriarcs”, volvieron a<br />

formarse como en un principio, para atacarnos. El gusano<br />

rojo comenzó a tensar la cabeza con lentitud hasta que se<br />

le formaron surcos de sudor que, al caer, se convertían en<br />

momentáneas estrellas de luz quemada, antes de gruñir a<br />

los suyos:<br />

—¡Tolat! ¡Tolat!. ¡Atlot! ¡Al...to! ¡Soim nos! ¡Soim son!<br />

¡Miois nos!<br />

Ante esto sus seguidores quedaron inmóviles,<br />

permitiendo escuchar apenas un seco respirar que hinchaba<br />

la tensión como levadura de hielo quemante, mientras el<br />

negro del cielo se revolvía con ferocidad ante una marejada<br />

de jaspes blancos. Enseguida, Cepoe Seroye aguzó la<br />

cabeza, transformándola en una lengüeta de grasa roja,<br />

reluciente, y se dirigió a Dangas.<br />

—¡Yava yava! —chilló— ¡Yava yava! ¡Sal las emisarias<br />

clande elleccion es! ¡Sal las elleccion es! ¡Sal elleccion es!<br />

Epro ¿ques elleccion es, espejísima Drangas, ques elleccion<br />

es?<br />

Dangas miró a Mainar-Rotarú, quien le hizo un sutil<br />

guiño para que la emisaria roja respondiera. Era claro que<br />

ocupábamos tiempo para ver qué quería el gusano rojo, cuya<br />

rapidez para aprender a comunicarse era sorprendente.<br />

—Epro —continuó su precario parlamento— ¿ques<br />

elleccion es, espejísima Drangas, ques elleccion es?<br />

Enseguida observó de reojo a sus seguidores y se sobó<br />

unos diminutos brazos bermellón. Los discípulos blancuzcos<br />

agitaron una pluma roja hecha de la misma baba de su líder<br />

y gruñeron el nombre de la emisaria del clan de la elección:<br />

—¡Drangas! ¡Drangas! ¡Drangas!...<br />

El gruñido se convirtió en un chillido que nos lamió<br />

la espalda y nos heló la sangre. Conforme nuestro<br />

estremecimiento crecía, aumentaba el número de los seres<br />

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