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Untitled - Editores Alambique

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Aunque había caído la tormenta más extrema de todas<br />

las experimentadas, sobre aquel pasadizo no había ni una<br />

señal de nieve. Nuestros pasos hacían que se multiplicaran<br />

las más variadas formas, dándole a nuestro recorrido una<br />

belleza que, en su totalidad, parecía querer arrancarnos el<br />

corazón. De pronto, al superar la mitad del camino un coro<br />

de chillidos estremeció el lugar. Varios hombres de hielo<br />

emergieron desde los océanos congelados que arremetían<br />

sobre las orillas del pasadizo, con fi losa lentitud. En un<br />

parpadeo Galax desenvainó su espada, que refulgió de azul,<br />

y nos ordenó correr. Yo desenfundé a Menq-Aurí. Mainar-<br />

Rotarú se sacó el collar con el mapa que nos había conducido<br />

a Zac-Noró, poniendo sobre éste la transparente pluma<br />

que se arrancó de la frente. Esta vez, sin embargo, no la<br />

desplegó como una onda sino como una hoz.<br />

—¡No se detengan! —ordenó Galax—. ¡No se detengan<br />

por nada hasta cumplir nuestro pacto!<br />

Y dicho esto, el guerrero descargó su espada sobre los<br />

Güirgüines. Como si hubiera alborotado un panal, cientos<br />

de ellos aparecieron y se abalanzaron sobre nosotros. Yo<br />

comencé a golpearlos al igual que Mainar-Rotarú. Pedazos<br />

de frío congelado caían a nuestro alrededor como si fueran<br />

hojas secas. Galax gruñó mientras tensó su cuerpo hasta<br />

hacerlo tintinear. El tatuaje que llevaba a la altura del pecho<br />

comenzó a brillar, encegueciendo a los hombres de hielo.<br />

Un diminuto lobo gris emergió del pecho del guerrero<br />

poniéndose a su lado. El lobo lo miró y sus ojos, azules lo<br />

mismo que el pelambre de su pecho, refulgieron. Luego<br />

aulló y creció hasta tener casi el tamaño de Galax, haciendo<br />

estremecer hasta la misma luna.<br />

—¡Ahora! —gritó el guerrero.<br />

Mainar-Rotarú juntó las manos frente a sus pechos,<br />

formando una pirámide con la punta hacia arriba, en tanto<br />

dijo:<br />

—¡En el nombre de La Vida Una! ¡La Vida Una! ¡La Vida<br />

Una!<br />

Ante esto la difusa formación piramidal que atisbamos<br />

desde la bajada, dejó escapar un delicado y sostenido sonido<br />

de diapasón, y lo que vimos como una pirámide comenzó a<br />

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