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un tigre blanco y de un lobo azul, que el frío había arrojado<br />
contra él. Al adentrarse en la caverna, el joven apenas<br />
pudo observar que su entrada era un arco de ceniza. La<br />
vana ilusión de que si encendía una hoguera estaría a salvo<br />
de aquellas fi eras iluminó su paso por entre el principio de la<br />
noche y las piedras. Jamás habría imaginado que al fondo<br />
de la cueva se encontraría con cinco ancianos alumbrados<br />
por una fogata, una fogata añil. Al verlo entrar, los<br />
ancianos no se sorprendieron sino que, más bien, uno de<br />
ellos le indicó que se sentara alrededor de aquella fogata.<br />
El hombre portaba una armadura hecha de resplandores<br />
blancos, coronada por una fl or de loto, con tenues jaspes<br />
rosados, la cual giraba sobre sí misma, realzando sus aún<br />
negros, largos y ensortijados cabellos. A veces, el viejo<br />
parecía estar hecho de arena viva, otras, parecía ser una<br />
hiena recién desollada, bañada en luna líquida. La fogata<br />
daba un tenue brillo, casi irreal a la cueva, contrastando<br />
con las sonrisas plateadas que los viejos intercambiaron al<br />
verlo sentarse, como una piedra hacia el fondo de un lago.<br />
El joven se sintió seguro, casi relajado, hasta que recordó<br />
el peligro que lo había arrojado hacia ahí.<br />
—Un tigre y un lobo me persiguen —advirtió.<br />
—¡Cállate! —rasgó uno de los ancianos—. ¡Ellos ya<br />
están aquí! —y acto seguido se golpeó el pecho, haciendo<br />
rechinar su armadura.<br />
Esta era azul y parecía ensancharse a voluntad. Su<br />
casco era dorado en la parte superior, coronado por un rayo<br />
de fuego el cual se adelgazaba, como una lengüeta sobre<br />
la nariz, adquiriendo una tonalidad azul intenso. Polvo de<br />
estrellas pareció inundarlo todo. El joven apenas contestó<br />
una leve exhalación antes de que otro anciano, rapado<br />
y enjuto, arrimara a la hoguera cinco bultos y se fuera a<br />
vigilar la entrada. Por detrás y por delante, su armadura<br />
tenía grabada la fi gura viva de un águila lapislázuli que se<br />
revolcaba tratando de despegarse de ella. El tercero de los<br />
viejos, cuyo cuerpo estaba hecho de tizones y su cabellera<br />
era una garra, le ofreció unos fardos. Cuando el joven Yuan<br />
los desató, emergieron tablas de barro envueltas en pieles,<br />
lino, seda, hojas secas y ceniza cristalizada.<br />
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