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Untitled - Editores Alambique

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asquerosa superfi cie, un impulso de vómito nos punzaba con<br />

creciente fuerza. Justo antes de que los primeros espasmos<br />

aparecieran, un túnel cuya entrada estaba rodeada por las<br />

monstruosas y heladas columnas hechas por los hongos de<br />

escarcha, emergió aliviándonos.<br />

Antes de cruzar el umbral, y a indicación de Galax,<br />

volvimos a formar el rombo, como al volar. El guerrero al<br />

frente, espada desenvainada. Dangas a su derecha, con una<br />

fl echa bermellón chispeando, lista para ser disparada ante<br />

la menor señal de peligro. Barú a la izquierda del guerrero,<br />

con el escudo de esmeraldas vivas girando sobre el índice<br />

derecho y la sonrisa desplegada, como un chispazo en medio<br />

del frío. Gorgala cerraba el rombo formando pirámides con<br />

las manos: con los anulares hacía el cono superior, los índices<br />

servían de puente, en tanto que con los pulgares perfi laba<br />

la base invertida de una pirámide doble, al mismo tiempo<br />

que murmuraba extrañas conjuraciones que más parecían<br />

un gruñido de oro. Finalmente, en el centro íbamos Mainar-<br />

Rotarú, con los brazos en aspas sobre el pecho, y yo, con la<br />

mano agarrada a Menq-Aurí.<br />

Una mirada en ráfaga fue la indicación de cruzar el<br />

umbral. Atravesar el túnel, sin embargo, fue más bien una<br />

acción seca, sencilla y directa. Aún así, algo en el interior<br />

de los siete nos impulsó a mantener la máxima alerta. El<br />

paso se retorcía entre los hongos de escarcha, con un<br />

techo jaspeado por los más diversos minerales, como una<br />

serpiente que diera tres sinuosas curvas. Al salir de la última,<br />

el espantoso chillido de una multitud de extraños casi nos<br />

detuvo la sangre. De golpe nos hallamos rodeados por lo<br />

que enseguida conoceríamos como el clan de la pluma roja.<br />

Frente a los viajeros, me había explicado Yuan en su<br />

momento, se hallaban dos columnas repletas de seres que<br />

semejaban a los humanos, excepto que sus cuerpos estaban<br />

cubiertos por una piel tiesa, dándoles la apariencia de estar<br />

pegados a su osamenta por un engrudo lechoso. Con<br />

escaso y cortísimo pelo, las criaturas, aunque desnudos, no<br />

mostraban si eran hombres o mujeres, pues su exagerada<br />

gordura los hacía una masa informe. En lugar de voz<br />

emitían un agudo chillido ululante, el cual daba la impresión<br />

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