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Untitled - Editores Alambique

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escamado, de tonos ligeramente azulados. Con un rápido<br />

movimiento Galax, Dangas, Barú y Gorgala pudieran planear<br />

para bajar al siguiente nivel. Aunque tenían que hacer un<br />

gran esfuerzo a fi n de que los torbellinos no los reventaran<br />

contra la superfi cie de hielo, el desplazamiento fue algo<br />

realmente hermoso.<br />

Mainar-Rotarú, quien me cargaba, hizo su salto más<br />

alto y más largo, lo que le permitió que el peso de ambos<br />

equilibrara la fuerza con que el viento quería reventarnos<br />

contra la pared. Un aterrizaje en su punto fue el resultado<br />

de los cálculos hechos por la emisaria. Cuando nos<br />

reunimos sobre la primera terraza ésta crujió, en tanto un<br />

escalofrío quemante nos lamió la espalda. Con lentitud y<br />

en silencio superamos la ancha franja de escamas de hielo.<br />

Era como si camináramos sobre el gigantesco lomo de un<br />

dragón congelado que hubiera escogido aquel sitio como<br />

cementerio.<br />

Más bien rápido nos encontramos ejecutando un salto<br />

hacia la segunda terraza, de menor tamaño que la primera.<br />

Aterrizamos sin difi cultades pero, al caminar, nos inundó la<br />

sensación de estar pisando miles de cucarachas de escarcha<br />

que intentaban subírsenos, aunque la rapidez de nuestro<br />

andar hizo inútil aquella asquerosa amenaza. Una corriente<br />

de energía nos recorrió el cuerpo dejándonos entre el asco y<br />

el temor. Los momentos que duró la travesía de esta terraza<br />

parecieron estirarse demasiado. Incluso el fi ero Galax<br />

arqueó una ceja más de lo acostumbrado, innegable señal<br />

de verdadero disgusto. Sin siquiera pensarlo, ni mucho<br />

menos detenerse, el emisario del clan de los guerreros hizo<br />

un majestuoso arco en el aire que lo depositó en medio de<br />

la tercera terraza.<br />

Una sutil sonrisa nos chispeó en la comisura antes de que<br />

nos volviéramos a ver al mismo tiempo. Luego nos lanzamos<br />

contra el misterio, el cual, esta vez, tomaba la forma de una<br />

lengüeta helada y sucia en medio de la cual correteaban lo<br />

que parecían ser cientos de ratas con los pelos apiñados,<br />

como diminutas estalactitas de lodo congelado, las que<br />

nos producían un malestar que intentaba pegársenos a<br />

las paredes del estómago. Conforme recorríamos aquella<br />

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