Untitled - Editores Alambique

lancuzcos, así como el brillo de Cepoe Seroye. Dangas,
contrario a lo esperado, mostró una profunda serenidad,
señal de que había encontrado un hilo por donde desenredar
la madeja del enigma del clan de la pluma roja.
El chillido seguía creciendo, igual que el choque de las
miradas de Dangas y de Cepoe Seroye, produciendo una
feroz tensión, hasta que de pronto el patriarca levantó uno
de sus minúsculos brazos y de nuevo gritó:
—¡Tolat! ¡Tolat! ¡Soim nos! ¡Miois!
De inmediato, los seres lechosos, en creciente número,
se quedaron totalmente quietos. La mirada de Cepoe
Seroye nos hizo ver que éste, a su vez, había descubierto
que Dangas comenzaba a ver la punta de su secreto, por lo
que con un impredecible movimiento, fi jó su atención en
Barú, soltando con sequedad:
—¡Barrr-ú!, ¡Barrr-ú, le el emisarias clande Basiduría!
¡Jac, jac!
Una extraña náusea nos invadió al ver cómo el patriarca
sacaba su fofa lengua y se relamía los adiposos tejidos de
los labios.
—¡Nuy moble! ¡Barrr-ú, nuy moble! —agregó Cepoe
Seroye, al señalar con los brazos, como ramas secas, tanto
a los cuerpos decapitados como a los heridos, entre la
creciente muchedumbre.
—Epro —continuó el gusano rojo—, ¿quer po unois
siviviven y atros on? ¿Quer por Barrr-ú? —El volumen de su
panza crecía conforme gruñía— ¿Quer po Barrr-ú? ¿Quer
po, quer por, quer po? ¿Quen co redecho darnos morir or
vivir? ¿Quen co redecho?
Y en el corazón del joven Barú comenzó a crecer la rama
de la duda.
—Es costumbre —respondió al fi n el verde emisario—...
es costumbre de mi tribu y de mi clan respetar aquello que
merece ser respetado y destruir aquello que merece ser
destruido. Y en los de tu raza, Cepoe Seroye, es claramente
escuchable que hay dos tipos de silencios: de quienes no
saben siquiera que han elegido esta forma de ser de ustedes,
y simplemente son eso; y de quienes sí han elegido dicha
forma de ser, pues saben, y quieren que sea así, que sólo de
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