Félix Ovejero Lucasasimétrica), que hemos visto antes operar en el caso de la democracialiberal, también funciona cuando existen políticos virtuosos. Con desigualdadinformativa, el ciudadano/consumidor no tiene modo de discriminarentre el político/productor sincero y el embaucador, el quefalsea sus quehaceres y méritos para asegurarse el poder. El políticodeshonesto siempre podrá exagerar las dificultades, escoger comotareas a realizar aquellas que ya están aseguradas, describir la alturade las metas de tal modo que siempre las sobrepase, ofrecer objetivosde fácil realización, tergiversar la descripción de su esfuerzo, exagerarunos problemas y escamotear otros. El ciudadano no tiene modo dedistinguir entre el buen político que se esfuerza por conseguir un resultadodifícil y el que presenta como complicada tarea a resolver loque ya tiene por seguro; entre el que, cuando reclama su esfuerzo,exagera problemas falsos y el que señala dificultades reales; entre elque argumenta con datos fiables y el que manipula los presupuestos ylas contabilidades. Por supuesto, por lo mismo, de nada le sirven loque digan los otros políticos: no tiene modo de distinguir entre lascríticas veraces y las interesadas. El ciudadano sabe eso y sabe que nopuede discriminar entre unos y otros. En esas condiciones, el políticohonesto que emplea su tiempo en estudiar los problemas e intentarresolverlos se encuentra en peores condiciones que el que dedica sutiempo a asegurar su reelección con favores, presencia en los mediosde comunicación, acciones populistas. Sistemáticamente el mercadopolítico presenta un sesgo en contra del comportamiento virtuoso. Nuncafue tan ajustada la repetida comparación entre el político y el médico(o el mecánico), ejemplos claros de mercados de informaciónasimétrica. Para su razonable funcionamiento ese tipo de mercadosnecesita de la intervención pública. Pero eso, naturalmente, le estávedado al poder político. Por definición, no hay nada público “externo”a él. En suma: los escenarios políticos de representación, que necesitanpara funcionar de la virtud de unos pocos, son incapaces de reconocerla virtud. El principio del selector ciego no funciona en el caso delos mercados políticos.No son pocos los indicadores de que las consideraciones anterioresson algo más que sutilezas teóricas. La irrelevancia de las deliberacio-138
Democracia liberal y democracias republicanasnes en el legislativo, la vaciedad indiferente de los programas, la conversiónde los partidos en maquinarias electorales, la ausencia de debatesde ideas, la proliferación de populismos y de mercadería política,el absentismo ciudadano, la disputa por la presencia en los medios ypor los recursos, en breve, los problemas de la “democracia contemporánea”,muchas veces presentados como circunstanciales, son algomás que anécdotas. Con frecuencia las soluciones, implícitamente,apuntan en la dirección de corregir la discrecionalidad de los políticosy la asimetría informativa en la que esa discrecionalidad se basa, através de dos vías: a) una mayor especificación del contrato, del programa,de tal modo que se precisen las tareas y los plazos; b) unaciudadanía más informada, esto es, la desaparición de la asimetríainformativa. Pero las dos posibilidades no le están concedidas alrepublicanismo elitista que, recordemos, encuentra su justificación enla deliberación (de unos pocos) y en la economía de la virtud. La especificacióndel contrato aleja de la deliberación; la desaparición de laasimetría informativa exige disposición cívica de la ciudadanía.VI. LA VIRTUD COMO UN BIEN ESCASO YAJENO A LAS INSTITUCIONESTambién es discutible la premisa de la economía de la virtud, la tesisde que la virtud es un stock, un bien escaso y no reproducible. Unaposible justificación de este supuesto tendría que ver con el (hipotético)aumento del costo (de oportunidad) de la deliberación en las sociedadescontemporáneas. 20 Mientras la mayor parte de los procesos productivosmejoran su productividad, la toma de decisiones —que tiene el tiempocomo input fundamental— presenta limitaciones objetivas para20 En esto, por cierto, la actividad pública guarda no pocas semejanzas con el cultivode la amistad: también ésta tiene el tiempo como “input” fundamental y, por ende, nopuede mejorar fácilmente su productividad; pero, claro, ese tiempo de “producción” estambién tiempo de “consumo” y disfrute. Se trata de los llamados bienes relacionales,UHLANDER, C., “Relational Goods and Participation”, Public Choice, sept. 1986.139
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