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Democracia representativa y virtud cívicamos si sus diagnósticos son “reales” o no (si no, no les contrataríamos).Son ellos los que deciden la naturaleza del producto y describen cómo loobtienen. En esas condiciones, en el mercado tienen incentivos paraproporcionar información distorsionada y obtener un beneficio extraordinario.Del mismo modo, en un sistema que funciona bajo la lógica dela maximización del voto, la ausencia de información de los votantesfavorece que los políticos actúen pro domo sua y en contra de los interesesdel votante. El político honesto no tiene modo de transmitir a losvotantes la “calidad” de su gestión ni, por ende, la suya propia. No hasido elegido para realizar una tarea concreta —no es un mandatario—y, por ello, no hay un contrato detallado que precise tareas y plazos deejecución. Circunstancia que aumenta la desconfianza (primer problema)en un votante que sabe que el político lo que busca es que lo elijany que no tiene modo de conocer si realiza una correcta labor.Por su parte, el político tiene que escoger entre la virtud y la reelección,entre asignar su tiempo a las labores de publicidad, de captación demedios y poder asociadas a su permanencia o, por el contrario, realizaruna tarea honesta pero que no se conoce ni se puede hacer conocer a unvotante que, por la imprecisión del contrato, haga lo que haga el político,desconfiará, y siempre pensará que cabe hacer más. Es ahí donde (segundoproblema) encuentra terreno abonado el mal político descrito porBurke y que tanto preocupa a Sartori: “Cuando los líderes optan por convertirseen postores de la subasta de la popularidad, su talento no será deutilidad para la construcción del estado” (p. 5). No solo se trata de que elsistema no separe el trigo de la paja; es que parece que se queda con lapaja, que las dos cosas, el mecanismo de funcionamiento y el resultadoque se persigue, apunten en direcciones opuestas. Si ya resulta complicadoque, dadas las motivaciones (mantenerse en el poder) que se le atribuyen,los políticos sean esa aristocracia natural atenta al bienestar ajeno,resulta sencillamente imposible que, aun si se diera esa aristocracia, elsistema la detectase o alentase. No sólo se trata de que el mecanismofuncione desde la desconfianza; es que socava la virtud, es que el malpolítico —como el mal producto— desplazará al honesto. 10 Desde luego,10 OVEJERO, F., “La política de la desconfianza”, Agenda, 2, 1999.61

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