Roberto Gargarella, Félix Ovejerode mostrar que la democracia contemporánea es una verdadera democracia,esto es, que es realmente representativa. Por otra, que aun sitiene problemas, éstos son circunstanciales, no alcanzan a su núcleo duro.Sartori no resulta especialmente moroso en la primera tarea. Sudefensa de la tesis de que en la moderna democracia “la representaciónpolítica no es una farsa”, no pasa de unas pocas líneas. Sartori selimita a establecer tres requisitos que asocia a la representación y aafirmar que la democracia los salva. En sus propios términos, literales:“la ‘representación electiva’ trae ciertamente consigo a) receptividad(responsivennes), los parlamentarios escuchan a su electorado y cedena sus demandas, b) rendición de cuentas (accountability), los parlamentarioshan de responder, aunque difusamente, de sus actos, y c)posibilidad de destitución (removability), si bien únicamente en momentosdeterminados, por ejemplo mediante castigo electoral” (p. 4).Nada más. Que, como se ve, no es mucho. Una declaración más queuna argumentación. En todo caso, a la luz de la propia descripción deSartori, parece que “la representación electiva” supera los tres requisitoscon un aprobado discreto. El lector se queda con la duda de si novaldría la pena explorar otras propuestas que dieran una nota más altaen cada una de esas asignaturas, que ahondaran el carácter representativo,que profundizaran en la receptividad, en la rendición de cuentasy en la posibilidad de destitución. Es de suponer que si no lo haceSartori es porque ello le obligaría a sugerir iniciativas no muy diferentesde las que critica.Sartori parece satisfecho con darle un mero “aprobado” al sistemarepresentativo. No le parece que la representación se deba mejorar.Hay aquí un problema no despreciable para su defensa de labondad de la “representación electiva”. Para su defensa y para bastantesestrategias de fundamentación de la democracia “electiva” queapelan a su calidad representativa y que a la vez critican a los“directistas”, a quienes sostienen que la democracia no es verdaderamenterepresentativa. Mientras, por una parte, en su fundamentación,inevitablemente, tienen que invocar unos valores (la representatividad)que avalan la calidad democrática del sistema; por otra, ponen enduda los intentos de profundizar en la realización de esos valores,56
Democracia representativa y virtud cívicacuando no los valores mismos. No es sencillo realizar las dos tareasal mismo tiempo.Sartori es un caso paradigmático de ese “no saber qué hacer” conla representación. Se deja ver sobre todo en lo mal que se lleva suidea de democracia con los requisitos que él mismo ha establecidocomo condiciones de la representatividad de sistema.El primer criterio le disgusta al propio Sartori, le parece mal: “un Gobiernoque cede simplemente a las demandas se convierte en un Gobiernoaltamente irresponsable” (p. 6). Le parece mal y, además, le pareceque ni siquiera es el caso, en tanto que la democracia moderna —salvoque se degrade— tiene una de sus virtudes en que el representante nose atiene al mandato de sus electores sino a su propia opinión.El segundo, la rendición de cuentas, le parece imposible, o le deberíaparecer a poco que se tomara en serio sus ideas sobre la ignoranciadel electorado, ideas que son básicas en su defensa de la necesidadde “elegir” a los mejores. Para echar las cuentas de la calidad de unagestión hay que conocer no solo qué se ha hecho, sino lo que se puedehacer. La contabilidad es inútil sin la posibilidad de la consultoría. Tareaque no resulta sencilla cuando “cada vez tenemos una opiniónpública cuyos conocimientos están más empobrecidos” (Sartori, p. 6).La sugerencia de que no es lo mismo decidir sobre las cuestiones quedecidir sobre quién decidirá sobre las cuestiones, no resuelve nada;de hecho, lo complica: para evaluar a los gestores hay que conocersobre la gestión. 4 Es más, no hay ninguna razón para pensar que elpolítico no se encuentre respecto al técnico, a la administración, en lamisma situación que el elector respecto al político: tampoco los políticosconocen la gestión de los asuntos que encomiendan. 5De ser consecuente con sus ideas, con su reiterada comparaciónentre las labores políticas y los quehaceres médicos, Sartori deberíaabandonar cualquier forma de “sociedad abierta”, de democracia y4 Es un problema de “agente-principal” en los términos de la microeconomía moderna.Cfr. Para lo que aquí interesa: PRZEWORSKI, A., STOKES, S., y MANIN, B., (eds.),Democracy, Accountability and Representation, Cambridge U.P., Cambridge, 1999.5 NISKANEN, W., Bureaucracy and Representative Government, Chicago, Aldine,1971.57
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