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Democracia representativa y virtud cívicamás sencillo y frecuente, que se salten a la torera la receptividad y larendición de cuentas. 7 Las elecciones deberían cumplir —y no cumplen—la función de “seleccionar” a los mejores: “La representaciónes también, en último término, una construcción normativa. Comodijo Carl Friedrich, el que una persona sustituya a otra en interés deésta es, debe ser, incuestionable, y altruista” (Sartori, p. 5). Tambiénen este caso la culpa la tienen “los estudiosos de la política. Lospolíticos tienen, al fin y al cabo, y por encima de todo, el problema deconseguir que los elijan” (Sartori, p. 5). El último paso no es irrelevantey obliga a mucho. Sartori nos está diciendo que un sistema quefunciona sobre el principio de que los políticos buscan maximizar losvotos está en condiciones de seleccionar a los más altruistas. No espequeño el requisito. 8 Desde luego, no parece que sean más realesestos refinados políticos que, a pesar de competir con todas sus armaspor los votos, mantienen intacta su moralidad, que esas hipotéticaspoblaciones virtuosas y en perpetuo estado de participaciónque —falsamente— nuestros autores fijan como condición de funcionamientode la deliberación. Lo segundo acaso sea improbable;lo primero es llanamente imposible.En contra del parecer de Sartori, sucede que los dos problemas noson independientes y tienen mucho que ver con la esencia de la democracia“representativa”. Como no se olvidan de enfatizar sus defensores,a diferencia de las “otras” democracias, la democracia“representativa” no necesita de ninguna disposición cívica ni tampocode mayores luces, porque “puede operar aunque su electorado sea7 Los políticos han de ser “los mejores” en más de un sentido. Pues si, por unaparte, está más allá de los talentos de los electores la posibilidad de tutelarlos, a lossuyos, a los talentos de los políticos, no escapa el escrutinio de los técnicos. En rigor,las mismas circunstancias que impiden a los ciudadanos (su ignorancia) controlar latarea de los políticos y tomar decisiones concurren en la relación entre los políticos ylos técnicos de la Administración. Sólo atribuyéndoles una extraordinaria capacidadpuede Sartori evitar caer en la tecnocracia. En la tecnocracia de los técnicos, no enla de los “políticos”, claro.8 Repárese que esto es bastante más de lo que el mercado —supuestamente—consigue: un sistema en el que los individuos buscan maximizar sus beneficios permitedetectar a los más eficaces. Pero en el caso del mercado político tiene que detectara los que son —no a los que se comportan como— “como altruistas”.59

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