Roberto Gargarella, Félix Ovejeroparticipativo. Laporta presenta, también, la imagen de “una sociedadefervescente, en plena y constante deliberación, habitada por unosciudadanos afanosos que se entregan sin tasa a solventar actos deinterés general y están pertrechados de una gran vocación cívica”(Laporta, p. 20), como si quienes criticasen al sistema representativofueran unos ingenuos idealistas. Laporta debería aclararnos qué autorasume presupuestos tan exigentes para defender una intervención ciudadanamás activa en la vida pública. 15De un modo similar, Sartori también recurre a este tipo de reduccionesal absurdo. Habla entonces de adversarios que “distribuyenindiscriminadamente permisos de conducir a todos con independenciade que sepan conducir o no” (Sartori, p. 6), y defiende su posicióndiciendo que “no podemos aceptar que [con la pretensión de curarlo,finalmente] se mate al paciente” (Sartori, p. 6). Este tipo de argumentos,nuevamente, resultan cuestionables por presentar a la posicióncontraria en su modalidad más extrema y absurda. En idénticosentido, Sartori nos advierte de que “devaluando la selección [de representantes]no conseguimos sino la selección de lo malo” (Sartori,p. 5), como si todo cambio en los métodos electorales estuviese condenadoa la peor de las catástrofes. Por lo demás, este tipo de argumentosresultan irrespetuosos de la tradición republicana más conocida,preocupada no sólo por estrechar los lazos de la representación sinotambién, y fundamentalmente, por asegurar una mayor fiscalizaciónsobre los que ejercen el poder. 16Los escritos de Laporta y Sartori coinciden, además, en una estrategiacrítica contradictoria. Por un lado, ambos estigmatizan a los defensoresde la democracia participativa por proponer una democracia15 Tal vez Laporta esté haciendo referencia a los casos en que “participacionistas”o “deliberativistas” presentan un ideal regulativo, un horizonte destinado a ordenarideas y a sugerir reformas. Pero si éste es el caso, entonces, una crítica como la deLaporta no tiene sentido: no nos enfrentaríamos allí a unos ingenuos de la política,sino a gente involucrada en una de las operaciones más comunes y razonables delquehacer intelectual, la de pensar el actual estado de cosas desde un punto de vistacrítico, obviamente idealizado.16 Ver, por ejemplo, Pettit, P., Republicanismo, Barcelona, Paidós, 1999.66
Democracia representativa y virtud cívicademasiado exigente, demasiado “completa” o plena de requisitos. Sinembargo, y por otro lado, critican a tales autores por no dar hasta losúltimos detalles acerca de cómo organizar institucionalmente el tipode democracia que prefieren. Así, Laporta acusa a sus adversarios deno decirnos precisamente qué se debe hacer con los medios de comunicacióny qué con la educación (Laporta, p. 21). Sartori, por su parte,exige respuestas precisas sobre qué hacer para acortar la distanciaentre representantes y representados, un tema en el que, según suopinión, no puede hacerse “nada” (Sartori, p. 5). Frente a ambos autorescabría decir, ante todo, que una propuesta no pierde validez oatractivo teórico por su incapacidad para dar una respuesta precisafrente a “todos” los problemas a los que, institucionalmente, podemosenfrentarnos. En parte, la empresa teórica consiste en esto, en teneralgunas herramientas básicas a partir de las cuales pensar problemas,remedios, alternativas. La notable teoría política de Rawls no dice casinada de cómo resolver problemas muy específicos, ni nos da pistasdemasiado claras en relación con prácticas que tengan que ver con el“mundo real” y, sin embargo, sigue siendo una teoría valiosa, privilegiada,digna del más detenido estudio. Por otro lado, además, tampocoes cierto que los autores criticados se mantengan callados sobretemas tan particulares como los mencionados. Más bien, muchos deellos nos han ofrecido propuestas de reforma sensatas y detalladas,sobre las que se volverá más adelante.También hay cierta paradoja en las críticas de Laporta a las exigenciasdeliberativas respecto a la ciudadanía democrática. Por unlado, denosta a los proyectos participacionistas por suponer o exigir“ciudadanos informados y con vocación civil” —un tipo de ciudadanos,agrega, que “no se puede inventar así como así”— (Laporta p.21). Por otro lado, sin embargo, Laporta cierra su artículo y, en todocaso, también su propuesta alternativa, sugiriendo la creación de “unpueblo adulto” (“de esto es de lo que debemos empezar a hablar,”concluye). “Pero bien”, podrían replicarle los críticos de la representación,“si de eso es justamente de lo que nosotros estábamos intentandohablar hasta que vinieron a acallarnos”: de la necesidad de unnuevo tipo de ciudadano, de los individuos cívicamente comprometi-67
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