Roberto Gargarella, Félix Ovejerodos, de sujetos más virtuosos, más fraternales, más apegados a lasuerte de su comunidad. 17Esa tensión es muy central en el texto de Laporta y nos pone sobrela pista de una línea de demarcación clara entre las dos ideas de democracia.En el arranque de su intervención muestra una honesta preocupaciónfrente a quienes descalifican, entre otras cosas, la militanciapolítica y sugiere que esa descalificación, en la medida que cuestionala democracia, es “de cierta gravedad”. Luego, a lo largo de su exposición,parece asumir que, después de todo, la democracia no necesitade la militancia política para funcionar, que aun con un demos “vulgar”y desinteresado el sistema “resulta eficiente” y critica a las propuestasradicales porque estas operan bajo el supuesto de un activismo exagerado,como si en la vida no hubiera otra cosa que política. En eltrasfondo de su argumentación opera el supuesto de que toda actividadpública es una actividad costosa, que no es retributiva por sí misma.En el caso de la democracia representativa esto se resuelve con laprofesionalización, con la retribución de los políticos. Pero eso no sucedecon las otras actividades públicas, y de ahí, que se juzguenirrealistas las exigencias participativas. 18Lo cierto es que la valoración como “irrealista” esconde una pobreidea de la naturaleza humana, según la cual, la calidad de vecino oprogenitor es inevitablemente una carga, un costo. Desde luego, losindividuos reales no son así. Son vecinos, padres o trabajadores y noviven esas condiciones como “un costo”. El único modelo antropológicoque reduce todas sus actividades a la contabilidad de costos y beneficios,es el homo economicus, quien, por cierto, no se lleva muy biencon la democracia, con ningún tipo de democracia. Por eso Sartorinecesita políticos “altruistas” para la democracia representativa. Inclu-17 Cfr., por ejemplo, SANDEL, M., Democracy’s Discontent, Cambridge, HarvardU.P., 1996.18 De la argumentación de Laporta parece desprenderse que establece tresrequisitos para calificar una actividad como política: a) que sea pública; b) que seacostosa; c) que sea retribuida. Las “otras” actividades satisfacen los dos primerosrequisitos y no el tercero. Son costosas y públicas, pero no están retribuidas. Sólo lapolítica “profesional” satisfaría los tres.68
Democracia representativa y virtud cívicaso, como votante, el homo economicus es una rareza: el impacto desu voto —uno entre millones— es infinitesimal; los beneficios de votarson mínimos e improbables, comparados con los muy ciertos de “perderel tiempo” comparando programas y acudiendo a las urnas.Junto a las críticas examinadas, de carácter general, Laporta ySartori, al paso, descalifican diversas propuestas específicas de losdefensores de las “otras” democracias. En sus críticas detectan innegablesdebilidades de propuestas que están lejos de alcanzar la concreciónde las fórmulas representativas “clásicas”, entre otras razonesporque la concreción no es independiente de la posibilidad de tomariniciativas políticas y éstas dependen muy fundamentalmente de quienmanda. En todo caso, para no rehuir el bulto bueno será terminarestas líneas intentando decir algo en favor de las propuestas objetadas.Dada la diversidad de reformas que nuestros autores critican,hemos optado por referirnos sólo a algunas de ellas, por su importanciao su carácter especialmente polémico.A) Mandatos imperativos. Vaya por delante que la propuesta nocarece de problemas y Sartori señala adecuadamente algunos de ellos.Ahora bien, no es tan obvio que la demanda de mandatos imperativosresulte ridícula en sus pretensiones, ni mucho menos que deba ser“prohibida” como “condición inherente” de la democracia. En la pocaexperiencia que ha habido al respecto, no se pretendió utilizar el mandatopara “todos los casos” sino para unas pocas y muy específicassituaciones. Fundamentalmente, la existencia de mandatos imperativosno negaba la posibilidad de que en muchos casos el representante“pensara por su cuenta”, independientemente de la voluntad de suselectores. Lo que se buscaba, más bien, era que en cuestiones que lacomunidad consideraba especialmente cruciales (por ejemplo, la eliminaciónde un cierto impuesto), el representante no defraudase a lavoluntad mayoritaria.Desde sus orígenes, además, el mandato imperativo tendió a girarsobre ciertos principios o ideas generales, más allá de los cuales elrepresentante podía operar con libertad. Por ejemplo, el principal reclamode los norteamericanos sobre sus representantes, antes de la69
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