José Rubio Carracedollave de las reformas, esto es, en los partidos políticos. Ahí están desdehace muchos años las propuestas por Barber (1984), algunas deellas existentes ya en Estados Unidos de América a nivel intraestatal yque sólo sería preciso potenciar en otros casos. Y más recientementecabe citar las contribuciones de autores como Cronin (1989), Fishkin(1992), Budge (1996), etcétera. Por lo demás, asistimos hoy a un renacimientovigoroso de los enfoques de republicanismo democráticoen todo el mundo, entre cuyos defensores moderados me sitúo, comoes bien sabido.Por supuesto, nadie —incluso los que hablan de democracia “directa”—quiere resucitar la democracia asamblearia ateniense, desacreditadaconvincentemente desde Tucídides. Se trata, más bien,de corregir las graves deformaciones oligocráticas del modelo liberalde representación indirecta, por una parte, y de realizar ciertos implantesdel modelo republicano en las instituciones actualmente existentes,por la otra. ¿Por qué esa descalificación global de la instituciónreferendaria cuando sirve excelentes servicios cuando es correctamenteaplicada como sucede en nuestro contexto europeo más cercano,tanto más cuanto que resulta necesaria para legitimar la soluciónde las cuestiones de especial trascendencia política nacional (¿quédemócrata cree realmente que cumple una función meramente consultiva,incluso, pese a la letra —sonrojante— de la Constitución Española?).¿Por qué se descarta una reforma en profundidad de la leyelectoral de modo que se aligeren las exigencias para la participaciónde los diversos colectivos y, sobre todo, para desbloquear laslistas electorales previamente elegidas por las cúpulas burocráticasde los partidos, y que se presentan a los electores como un trágalas?¡Eso sí que es fomentar la información y el espíritu cívico! Másadelante volveré sobre ello, pero me importa subrayar que, en efecto,en la educación democrática de los ciudadanos está el eslabón estratégico.Lamento tanto como Laporta el bajísimo nivel informativo, asícomo la pasividad democrática de los ciudadanos. Verdaderamente,tenemos la democracia que nos merecemos. Pero Laporta no pareceser consciente de que es el modelo liberal representacional (que norealmente representativo) el gran responsable de tener el demos que78
¿Cansancio de la democracia o acomodo de los políticos?tenemos. ¿Quién ha persuadido a los ciudadanos durante los dos últimossiglos para que dejasen los asuntos públicos al cuidado de unaclase profesional y se dedicasen enteramente a los negocios y al disfrutede la vida privada, porque cada cuatro años serían libres parareelegir o no a sus representantes?II. DEMOCRACIA PARITARIAAdvierto de antemano que en este punto estoy de acuerdo conLaporta, aunque no exactamente por las mismas razones. Para él setrataría, ante todo, de un intento para corregir la reproducción delmachismo social en las listas electorales: por un tiempo, al menos,se presentarían listas paritarias de varones y mujeres. Pero Laporta,pese a ver la idea con simpatía, encuentra obstáculos para salvar lapureza de la representación política, que pasaría a ser más bien una“representación-reflejo” de la presión social hacia la paridad, cambiandoa tal fin el procedimiento normal, con lo que se limitaría lalibertad del elector. La consecuencia es que ello obligaría a que laslistas permaneciesen cerradas y bloqueadas, con lo que se contradiceotra de las aspiraciones reformistas: la listas abiertas o, al menos, eldesbloqueo de las listas cerradas. Los reformadores entran, pues, encontradicción consigo mismos.Otra razón para la cautela es la consabida objeción de “pendientedeslizante”: si se admite aquí la discriminación inversa, esto es, elprivilegio (“acción positiva”, según el eufemismo al uso), sería a partirde considerar a las mujeres como un colectivo “marginado yninguneado”, con lo que habría que conceder también discriminacióninversa a todos los colectivos infrarrepresentados; entrarían en liza lasrazas, las edades, las religiones, los discapacitados, etcétera: todostendrían derecho a que la proporcionalidad social se reflejase en elParlamento. Y, por último, Laporta remacha su argumentación invocandola falta de respeto y de confianza que tales imposiciones implicaríansobre el demos. La solución correcta no es imponerle valoresque no comparte, sino educarle previamente para ello.79
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