José Rubio CarracedoMe voy a limitar, sin embargo, a denunciar el mantenimiento a todacosta del bloqueo de las listas electorales cerradas, pese a las repetidasprotestas de los ciudadanos que se ven obligados a ejercer suderecho-deber de votar siguiendo la mera lógica del mal menor…, oque se vean abocados a votar en blanco (y terminan por abstenerse).Es intolerante que el votante se vea forzado a refrendar simplementela elección previa de las oligocracias de los partidos. Pero está claroque sin el bloqueo (y no digamos la opción de listas abiertas) los líderesde los partidos y sus burócratas de turno tendrían dificultades paramantener su hegemonía indiscutible para cortar por lo sano todo intentode discrepancia. Porque una cosa es la disciplina y otra muydistinta es la mordaza bajo el temor a ser arrojado de las listas (“quiense mueva no sale en la foto”, en efecto; los “gusanos votantes” selimitan a seguir la consigna). ¿Quién puede imaginar que en el Parlamentoespañol pudiera producirse el espectáculo del Senado norteamericanocon republicanos votando en contra del enjuiciamiento deClinton y demócratas a favor del mismo?Pero volvamos a las listas electorales bloqueadas. No hace muchollegó a abrirse paso en algunos miembros de la clase política la idea deadoptar el sistema alemán del doble voto como una solución aceptablepara todos. Pero pronto se comprendió que su efecto era equivalenteal desbloqueo de las listas cerradas. Y se cortó en seco esta posibilidad.Así, la comisión nombrada al efecto, tras varios años de estudiarlas reformas a introducir, no encuentra ninguna que no venga a complicarel perfecto control actual (ya se sabe: ¡las posibles tachadurasde candidatos complicarían mucho el recuento de votos!). Un efectodirecto es el incesante aumento de los votos en blanco, que en laselecciones generales alcanzó el 1.58%, es decir, fue el quinto colectivo,con mayor número de votos que el PNV (1.53%). Es de notar que elvoto en blanco es el voto de quien acude a votar y no puede hacerlo,por lo que expresa directamente una protesta. Claro está que la intenciónde lo que supone el voto en blanco es muy superior: unos prefierenescribir su protesta, por lo que su voto se computa como nulo(0.67%); y otros, mucho más numerosos, sienten demasiado hastíocomo para acercarse siquiera a su distrito electoral, siendo computa-92
¿Cansancio de la democracia o acomodo de los políticos?dos en el cajón de sastre de la abstención. En realidad, son muchos loselectores que ni siquiera conocen la posibilidad de votar en blancoy otros tantos que no saben que consiste en entregar el sobre vacío. Yquedan todavía los que prefieren votar más bien por despecho a partidostestimoniales o pintorescos, como otra forma más de protesta.Computado lo cual es muy probable que supere en realidad a los porcentajesde CiU (4.20%) y de IU (5.46%), por lo que resultaría ser yael tercer partido. Obviamente, un colectivo especialmente denostadopor los partidos políticos, mucho más que la abstención. Pero muysignificativo. ¿Hasta qué porcentaje tendrá que subir el voto en blancopara que la clase política de este país se dé por aludida?e) ¿Quién necesita un líder carismático? También aquí colea la dudosaherencia de Schumpeter, que fue quien labró el mito de que la democraciamoderna, al igual que el mundo empresarial, precisaba de líderes(aunque, en realidad, es más que apreciable la contaminación de losFührer y los Duce). Pero el impacto creciente de los medios de comunicaciónde masas y, sobre todo, el influjo del modelo presidencialistaamericano, con toda su parafernalia, hizo el resto. Y el mito perdura pordoquier, pese a la nefasta experiencia de los caudillajes (tal es la traduccióncastellana de leader, lo siento) democráticos, que terminan casisiempre cargándose por un tiempo a su partido (¿recuerdan los nombresde De Gaulle, Mitterrand, Thatcher, Andreotti, Felipe González y elmismísimo Kohl?). La mayoría de los Estados, al menos, han puestoplazo a sus mandatos, a diferencia de otros como España (aunque Aznarlo haya prometido a título particular, ¡quizá porque no se siente lídercarismático!). Porque resulta obvio que si la oligarquía es incompatiblecon la deliberación democrática y con la decisión colectiva, ¡qué decir delos monarcas populistas que gobiernan a golpe de carisma!Se insiste en que un líder resulta necesario para movilizar el electorado.Que se lo digan a Jesús Gil. Para ello ha de ser carismático. Pero¿no habíamos quedado en que Aznar no tenía carisma? La existencia delíderes justifica también los ridículos, pero muy costosos, mítines y actoselectorales. Pero al mismo tiempo sabemos que éstos sirven solamentepara satisfacer a los propios militantes, mientras que los indecisos nopisan jamás un mitin. Éstos se justifican también porque permiten ela-93
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