José Rubio Carracedosólo en campaña electoral, las normas de veracidad (información noengañosa), de autolimitación al propio producto, de buena fe, de noexplotación del miedo de los ciudadanos, de no incitación al error alreferirse a la competencia, de respetar el buen gusto, de evitar lapropaganda discriminatoria, del derecho al honor de los adversarios(que no enemigos), de garantía de demostrabilidad de lo afirmado, deevitación del plagio y/o de la distorsión de la competencia, de evitaciónde las comparaciones inexactas o malévolas…, todo ello sometido a unjurado (o un arbitraje) institucional y con capacidad sancionadora real?Ahora bien, ¿cómo sería posible formular y hacer vigente tal código?Esto es ya una cuestión técnica. Podría recogerse en la propia ley departidos políticos o en la ley electoral. Pero quizá fuera preferible una leyespecífica, obviamente aprobada por las cámaras, en la que se fijaría elcódigo democrático y la institución encargada de implementarlo. Inclusopodría pensarse en que los propios partidos se encargasen del códigoen términos de autocontrol consensuado, puesto que nadie debería estarmás interesado que ellos mismos en su credibilidad. Pero me temoque eso sería pedirle peras al olmo.La puesta en marcha de tal Código de Conducta Democrática podríaser un buen comienzo, como lo ha sido en términos generales lavigencia del Código de Conducta Publicitaria para los consumidores, yaque con ello se pondría en marcha un mecanismo de realimentacióndemocrática incesante. En este sentido, tal código democrático podríadesempeñar, además, un papel primordial para educar ciudadanosexigentes y responsables, contando con la base mínima antes postulada,porque de poco servirían unos dictámenes institucionales sobre lasviolaciones del código democrático si la ciudadanía es incapaz de apreciarlosy valorarlos. También la clase política terminaría por sensibilizarsepaulatinamente o sería forzada al retiro.c) El Consejo de Control de los Partidos. Desde hace algún tiempo seviene insistiendo, sobre todo en los países anglosajones (aunque tambiénJosé María Maravall simpatiza con la misma idea: véase su colaboraciónen el libro recientemente coordinado por Przeworski, Stokes yManin), en la necesidad de crear institucionalmente un “Consejo de Controlde los Partidos” como un remedio eficaz para combatir su creciente90
¿Cansancio de la democracia o acomodo de los políticos?descontrol. Se trataría de una institución de rango estatal, independientede los partidos políticos, formada por expertos de reconocido prestigioprofesional y personal (¿al modo del Consejo de Estado?), que emitirá demodo periódico informes regulares relativos al funcionamiento de lospartidos políticos y, en especial, sobre el grado de coherencia de cadauno de ellos en el mantenimiento de las promesas electorales tanto en elejercicio del poder como en el de la oposición. El valor de tales informessería a la vez científico y político, en cuanto fuente fiable de informaciónpara la opinión pública, con las presumibles consecuencias electoralespor parte de los ciudadanos. Obviamente, la nueva institución no vendríaa suplantar a ninguna de las ya existentes, sino a llenar un vacío y cumpliruna función que hasta ahora realizan los propios partidos mediante acusacionesmutuas pero carentes de credibilidad a causa precisamente desu partidismo, esto es, de la retórica falsa y profundamente desleal quetodos ellos practican en mayor o menor medida.Encuentro, en cambio, difícil de aplicar en España la propuestaanglosajona de instaurar unos “jurados de ciudadanos”, también condiseño institucional, para favorecer el desarrollo de una “democraciadeliberativa”, con los que se han realizado ya prácticas prometedoras(Held, 1996; G. Smith-C. Wales, 2000), ya que presupone la tradicióny la práctica de los jurados judiciales. En España, como en la mayoríade los países europeos, podría intentarse la organización y planificaciónde debates entre expertos independientes con aptitudes didácticasen los medios públicos (y privados, si éstos lo desean) de comunicación,en horarios fijos, aunque evitando el formato de las actualestertulias. Soy algo escéptico respecto a los resultados, dado el actualcontexto de cultura de masas, pero habría que intentarlo.d) El partido del voto en blanco es ya el quinto partido (o el tercero).Casi no es preciso insistir en que la vigente ley electoral es un reflejo fielde la partidocracia, incompatible con la autodefinición de “democraciaavanzada” de nuestra Constitución. Un buen número de disposicionesno tienen otra finalidad que asegurar el monopolio de los grandes partidosy, en especial, de las cúpulas burocráticas de los mismos. Y algoparecido cabe decir del estatuto del diputado y del mismo reglamentodel Congreso.91
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