Roberto Gargarella, Félix Ovejeroanalfabeto, incompetente o esté desinformado” (Sartori p. 6) o, conmás respeto y finura, porque “ahorra costos de información” (Laporta,p. 22). Basta con que cada uno procure por lo suyo: los votantes porsus intereses; los políticos por asegurarse sus cargos. La democraciafunciona desde la vigilancia interesada: un poder controla a otro, lospolíticos compiten y se vigilan mutuamente, los ciudadanos desconfíande la administración. La democracia se contempla como un mercadoen el que los políticos, si quieren acceder al poder, se ven obligadosa atender los intereses del máximo número de ciudadanos. Los políticosestán interesados en mantener su poder y, para ello,instrumentalmente, han de satisfacer las demandas de los votantes.Por su parte, estos se comportan como consumidores que eligen entredistintos productos aquel que satisface mejor sus demandas. Es, comoseñala Laporta, “una división del trabajo”; aunque cueste más coincidircon él en que esa división está “acordada electoralmente” (p. 22),entre otras razones porque disponer de recursos es una condiciónnecesaria para participar en la competencia electoral. 9 El mercadopolítico es un mercado con altísimos costos de entrada, lo que, como alos otros, a los económicos, los aleja de las condiciones de eficiencia.Los dos problemas mencionados (el de la distancia y el de la calidadde los representantes) no son circunstanciales. Al revés, resultan inevitablesen virtud de que la democracia representativa funciona del mododescrito, esto es, con los ciudadanos como consumidores, los políticosintentando asegurar su elección y con desigual información entre unos yotros (la “división del trabajo”). En efecto, el ciudadano no tiene modode saber si su “representante” le proporciona información fiable, notiene modo de saber si el político lo hace bien o no. “No sabe” y por eso“elige” a un “gestor” que le proporciona diagnóstico y solución. Y en estola comparación de Sartori con “abogados y médicos” (o mecánicos)resulta pertinente. Al contratar los servicios de éstos no hay modo deconocer lo que se compra, de detallar un contrato que especifique loque se adquiere. Cuando contratamos sus servicios, nosotros ignora-9 Como nos lo recuerdan las interesantes reflexiones del propio Laporta sobre lacorrupción política: Cfr. LAPORTA, F., ÁLVAREZ, S., (eds.) La corrupción política,Madrid, Alianza, 1997.60
Democracia representativa y virtud cívicamos si sus diagnósticos son “reales” o no (si no, no les contrataríamos).Son ellos los que deciden la naturaleza del producto y describen cómo loobtienen. En esas condiciones, en el mercado tienen incentivos paraproporcionar información distorsionada y obtener un beneficio extraordinario.Del mismo modo, en un sistema que funciona bajo la lógica dela maximización del voto, la ausencia de información de los votantesfavorece que los políticos actúen pro domo sua y en contra de los interesesdel votante. El político honesto no tiene modo de transmitir a losvotantes la “calidad” de su gestión ni, por ende, la suya propia. No hasido elegido para realizar una tarea concreta —no es un mandatario—y, por ello, no hay un contrato detallado que precise tareas y plazos deejecución. Circunstancia que aumenta la desconfianza (primer problema)en un votante que sabe que el político lo que busca es que lo elijany que no tiene modo de conocer si realiza una correcta labor.Por su parte, el político tiene que escoger entre la virtud y la reelección,entre asignar su tiempo a las labores de publicidad, de captación demedios y poder asociadas a su permanencia o, por el contrario, realizaruna tarea honesta pero que no se conoce ni se puede hacer conocer a unvotante que, por la imprecisión del contrato, haga lo que haga el político,desconfiará, y siempre pensará que cabe hacer más. Es ahí donde (segundoproblema) encuentra terreno abonado el mal político descrito porBurke y que tanto preocupa a Sartori: “Cuando los líderes optan por convertirseen postores de la subasta de la popularidad, su talento no será deutilidad para la construcción del estado” (p. 5). No solo se trata de que elsistema no separe el trigo de la paja; es que parece que se queda con lapaja, que las dos cosas, el mecanismo de funcionamiento y el resultadoque se persigue, apunten en direcciones opuestas. Si ya resulta complicadoque, dadas las motivaciones (mantenerse en el poder) que se le atribuyen,los políticos sean esa aristocracia natural atenta al bienestar ajeno,resulta sencillamente imposible que, aun si se diera esa aristocracia, elsistema la detectase o alentase. No sólo se trata de que el mecanismofuncione desde la desconfianza; es que socava la virtud, es que el malpolítico —como el mal producto— desplazará al honesto. 10 Desde luego,10 OVEJERO, F., “La política de la desconfianza”, Agenda, 2, 1999.61
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